soy sgroya


Apareceré repentinamente en la fría ruta de
los caminantes.
Soy quien te mereces que sea, soy la Dama de las Nieves, la Diosa del Volcán, soy el
pecado y la absolución, soy tu destino, soy tu venganza y tu rencor, soy la
feminidad. Soy… Sgroya!!!!


martes, 24 de julio de 2012

Cap. X- no habrá marcha atrás

El Fortín de Laya fue el lugar escogido para reposar en esa ya inminente oscuridad. La luz del sol había ido desvaneciéndose dejando paso a un tenebroso escenario de vegetación muy variada que parecía cobrar vida a medida que los rayos solares iban esfumándose. Llevaban todo un deutenio cabalgando y sus músculos comenzaban a entumecerse.

Las posadas en esa zona del Bimundo acostumbraban a ser completamente fortificadas, de ahí que se las llamara fortines. Los posaderos debían proteger a su clientela de los imprevisibles peligros que merodeaban por esos lugares, así como de las inclemencias del caprichoso tiempo.

Los Guardias Sgroyanos gozaban del privilegio de ser atendidos gratuitamente en cualquier fortín que escogieran para sus pausas, de hecho era un honor para cualquier hospedero que los Guardias optaran por su negocio para retomar fuerzas.

El escolta acomodado en una de las dos torres, situadas junto al portón de entrada a la pequeña fortaleza,  se apresuró en vociferar a los hombres que se encontraban en una garita situada en la parte inferior para que abrieran la pesada puerta.  Kurd y Leo saludaron alzando la mano y realizando un suave gesto con la cabeza, y se adentraron hacia el patio interior.

Dos mozos de las cuadras se apresuraron en acercarse hasta ellos para prender los caballos.

- Nosotros nos ocuparemos de ellos Señores, tendrán aseo, buen follaje para pastar y limpia paja donde yacer- dijo el mozo más bajo y delgado de los dos allí presentes.

- Muy bien!- dijo Kurd haciendo una caricia en forma de golpecitos en el lomo de su Veloz.

Leo giró sobre sí mismo hasta localizar la puerta de acceso al interior del enorme edificio. Estaba construido con piedras procedentes del Desierto Cruel. Este desierto,  emplazado al Norte del Bimundo tenía como particularidad, se decía que debido a la cercanía con la Zona de los Volcanes, que la arena había solidificado formándose enormes roquedos de color arenisco.

El resultado era una edificación que parecía esculpida directamente sobre una montaña. Las ambarinas piedras proporcionaban una agradable sensación de serenidad.

Leo empujó, no sin dificultad, la recia puerta de madera de tejo que daba al interior del fortín. A pesar de no ser muy alto, poseía una buena musculatura. De niño había sido extremadamente delgado, pero al llegar su sesenta campaña aproximadamente, el cuerpo del pequeño Leo sufrió  una serie de cambios espectaculares.  En apenas cuatro campañas  estaba irreconocible. Pasó de ser un muchacho escuálido a convertirse en un varón fuerte y atractivo. Doncellas que le habían ignorado antaño, suplicaban por sus atenciones ahora. Era rudamente atractivo y lo sabía.

El portón conectaba directamente con una espaciosa cantina. Todos los presentes enmudecieron en el momento que se abrió la puerta. Decenas de miradas curiosas y desconfiadas estudiaron durante un largo instante a los dos muchachos. El juglar había dejado de raspar las cuerdas de su desvencijado salterio. Las servidoras permanecieron  inmóviles en el lugar justo que se encontraban cuando se abrió la puerta. Una de ellas tuvo que dejar reposar sobre una mesa la enorme bandeja que llevaba con un cochinillo asado rodeado por frutas del bosque caramelizadas  cuando le fallaron las fuerzas de los macilentos brazos,  .

Leo, se dirigió hacia la barra decidido. Kurd le seguía de cerca mientras observaba a los que le rodeaban con cierta escama << qué le pasa a esta gente?>>.

- Donde está el dueño del fortín?- se dirigió al esquelético anciano postrado tras la barra.

- Ante vos señores, sed bienvenidos al Fortín de Laya.- alzando ligeramente el tono de voz dedicado al resto de comensales añadió- Qué os pasa? Nunca habéis visto Guardias Sgroyanos?, Seguid con vuestros asuntos, son bienvenidos aquí!

Comieron del exquisito cochinillo que había de menú esa oscuridad, bebieron gran cantidad de lo que pretendía ser brebaje de vino. Compartieron mesa con agricultores, herreros e incluso maestres de la zona. Participaron de las risas y las anécdotas.

Estaba siendo una velada realmente agradable.

Ya se habían retirado la mayoría de los asistentes, cuando Kurd fijó la vista en la anciana sentada en el fondo de la cantina. No recordaba haberla visto en toda la oscuridad. Estaba sola en una mesa y bebía sorbitos de algún tipo se líquido color púrpura << debe ser jugo de ciruela>>.

Mientras navegaba absorto entre sus pensamientos en torno a la bebida de la anciana, se percató que ésta había fijado la mirada en él, o eso parecía,  sus ojos apenas dejaban advertir una rayita de su amarilla esclera y un punto negro en lo que tenía que ser su pupila e iris.

La anciana alzó la mano derecha repentinamente y con el dedo índice le hizo un gesto negativo. << No qué? Qué le pasa a esa vieja?>>. Kurd  desvió su atención hacia Leo que estaba llenándose la boca con los deliciosos pastelitos de miel y azúcar y cantando a su vez una canción mal pronunciando las palabras y disparando trozos del dulce en todas direcciones, provocando enormes risotadas entre las tres doncellas, de dudosa procedencia,  que allí estaban esperando para poder llevárselo al lecho.

Cuando quiso volver a fijarse en la solitaria anciana, ésta ya no estaba << es extraño, ha tenido que pasar por delante nuestro para abandonar la cantina… no me he percatado de su salida>>.

Leo no durmió demasiado esa oscuridad y lo poco que cabeceó no lo hizo solo.  Kurd descansó plácidamente.

Los mismos mozos encargados de las cuadras que se habían llevado sus monturas el deutenio anterior les aproximaron los caballos.

Mientras Leo se despedía de sus “amigas” junto a la puerta del fortín y las colmaba de promesas de esas que no pensaba cumplir, Kurd sujetaba ambas riendas  y sonreía observando el disfrute del que estaba gozando su casi hermano.

El contacto de una mano posándose en su espalda le pilló desprevenido. Hizo un pequeño salto hacia adelante. Cuando se dio la vuelta, descubrió a la extraña anciana que le había estado haciendo señas durante oscuridad anterior en la cantina.

Sintió un escalofrío que le recorría la espalda ascendentemente hasta convertirse en un cosquilleo en la parte trasera de la cabeza.

- Que queréis?- el tono de Kurd sonó más agresivo de lo que él pretendía.

Le pareció más pequeña y también más horripilante que en la oscuridad anterior. <<La fealdad luce en su máximo esplendor a la luz del sol>>.

- Vivís una mentira- su voz era débil y áspera- esquivad las falsas señales o lo lamentaréis. …- la anciana le miraba fijamente a los ojos como si creyera que así parecería más convincente.

- Que decís “señora”? – Kurd estaba tan  estupefacto que no sabía cómo actuar. Todavía le perduraba el cosquilleo del escalofrío.

Por un momento le pareció reconocerla << dónde te he visto antes?... >>

- Si os asaltan las  dudas o el miedo, buscadme mi señor. Yo estaré ahí. Sólo buscadme! << Porque tendría que buscaros? Dais más miedo que cualquier otro monstruo…>>

Las enajenadas palabras de la anciana empezaban a inquietar en demasía a Kurd.

- Cuando el fuego se sofoque, las estrellas comiencen a  comprimirse, los mundos se paralicen… buscadme Kurd. Hacedlo o no habrá marcha atrás…




viernes, 6 de julio de 2012

Cap. IX- toda la ceremonia


A pesar de lo débil que se sentía tras el reciente parto, Lady Escudo se vio obligada a desplazarse a Ciudad Esmeralda cuando recibió la noticia de la misteriosa desaparición de su esposo.

La jovencísima Dourada,  viajaba con su lozano bebé  al que todavía amamantaba, escoltada por  varios caballeros de la casa Escudo, capitaneados por el primogénito de su esposo, Zhak Escudo. Con cuarenta y cuatro campañas transcurridas desde el día de su primer llanto, Zhak, era algo mayor que su madrastra.

Trataban de reproducir fielmente el mismo itinerario que había pretendido seguir Rakio bordeando los Vergeles de Guía.

Pasaron una oscuridad en Villa Esencia, de igual manera como lo había hecho el esposo y padre perdido.

Preguntaron en todas y cada una de las villas por las que pasaban, interrogaban a cualquier caminante que se cruzara en su camino, indagaban en las posadas, investigaban en los burdeles … No  obtuvieron ni una pista, ni una palabra alentadora. Nadie parecía saber nada.

Al parecer, los habitantes de Villa Esencia, habían sido los últimos en ver a Sir Rakio y sus más de doscientos cincuenta acompañantes…

Dourada viajaba en un carro cubierto por cortinas de tela color azul oscuro que la protegían de miradas indiscretas así como de los ardientes rayos de sol,  tiraban de él cuatro fornidos caballos.  Retiró con la mano el cortinaje e indicó con amabilidad al caballero que avanzaba junto al  carruaje que se adelantara hasta la vanguardia  de la comitiva y notificara a Zhak  su deseo de parlamentar con él.

Zhak tardó casi medio deutenio en atender  la llamada de Lady Escudo.

 - Me agradaría visitar Templo Llanto- Dourada, con el pecho derecho al descubierto, estaba amamantando al bebé cuando Zhak se adentró en el carro.

El joven observó la tierna escena durante unos instantes. Sus ojos emitían un brillo de ternura, o tal vez de excitación…

- Como deseéis mi señora- respondió el muchacho tras un prolongado silencio. – Me parece adecuado hacer un alto en el camino y orar  por mi padre y el resto de amigos perdidos.

Dourada asintió mientras acariciaba la cabecita de su hijo con delicadeza. No alzó la mirada ni un solo instante. Zhak abandonó el carro de un salto, y con su innata agilidad montó en su corcel, con las dos  riendas a la misma altura, golpeó con decisión la pierna derecha sobre la parte trasera del caballo y éste corrió velozmente hasta recuperar su posición como capitán a la cabeza de la comitiva.

En Templo Llanto residían los insólitos monjes del Orden del Fervor,  una agrupación antiquísima  cuya principal misión residía en  mediar entre el Señor del Cristal, al que adoraban fanáticamente y los habitantes del Último Mundo.  No era la religión mayoritaria, pero se decía que los monjes proyectaban poderosos hechizos cuando rezaban a su Dios.

Dos deutenios después de la escueta conversación en el interior del carro, Dourada y Zhak no habían vuelto a cruzar palabra. Su comunicación se limitó al envio de escuetos mensajes a través de los cabalgantes de confianza de ambos jóvenes, pero ese deutenio, cuando empezaba a oscurecer, el heredero de Rakio Escudo se aproximó al carruaje y vociferó - Mirad señora!, asomaos y podréis vislumbrar el templo. El paisaje es impresionante! Queréis que os retire el cortinaje para que podáis admirarlo mientras nos acercamos?

Dourada, que había asomado la cabeza de entre las cortinas para contemplar el monumento, dijo  tímidamente - Gracias, sois muy gentil – y  le ofreció una sonrisa al muchacho. Su sonrisa era preciosa. Cuando sus labios sonreían, también lo hacían sus ojos y le aparecían dos graciosos hoyuelos en el centro de sus rosadas mejillas. Su sonrisa podía iluminar en plena oscuridad como lo hacían las estrellas. Por desgracia, Dory últimamente no alumbraba muy a menudo.

Su idílica infancia se había visto quebrada cuando su padre, comprometió, muy a su pesar, a su pequeña Dory con Sir Rakio Escudo. Para el futuro esposo se trataba de la tercera y joven esposa, otra más, pero para ella, ese compromiso esfumó la posibilidad de cumplir su sueño de desposarse con un valiente y atractivo caballero que la cuidara, respetara y amara para el resto de su vida. Su padre trató de explicarle lo que suponía rechazar la oferta de matrimonio de Sir Escudo- Si se enoja, querida hija, podría retirarnos la protección, y tú ya sabes qué significa eso verdad?... – trataba de convencerla de algo que él mismo detestaba. Lo consiguió, Dourada accedió a casarse como un acto de valentía hacia los suyos, pero amenazó a su padre con la promesa de que llegaría a ser la mujer más triste y desolada de todos los mundos. Ninguno de los dos había sido capaz de conciliar un buen sueño desde entontes…

Llegaron al Castillo Dorado a falta de un deutenio de la ceremonia que la iba a unir para siempre con Rakio Escudo.  Dory estaba aterrorizada. Su padre le envió  un juglar para que amenizara la espera de la joven, que como marcaba la tradición estaba confinada en sus aposentos hasta el momento del matrimonio. Anhelaba que su hijita se relajara y finalizaran los temblores que la habían poseído.  Llevaba tres deutenios íntegros con pequeñas y continuadas convulsiones.

Heredó las damas de compañía de la anterior y recién difunta segunda señora Rakio, Helteren Rakio. Habían dispuesto un baño de agua caliente para purificar a la futura nueva esposa. La fragancia de las flores e hierbas aromáticas que condimentaban el agua, invadió cada rincón de la estancia. Emanaba el vapor del calor que se escapaba… <<yo también escaparía…>>. Un sinfín de velas encendidas dispuestas alrededor de la bañera, la trasladaron durante un instante al Lago Exaltado, donde, durante las oscuridades sin Guia y sin Luna, los peces rayo se iluminaban y chapoteaban incesablemente dejando destellos de luz a su paso. Había pasado tantos ratos observándolos junto a su madre... le pareció que había pasado una eternidad desde aquello. Los temblores la asaltaron de nuevo…

-  Dejadme sola- les dijo Dourada- tenía ganas de… morirse. Sumergió la cabeza en la enorme bañera con la intención de no sacarla jamás, pero cuando se quedó sin oxígeno, salió a por más instintivamente.

Jadeó un largo rato… seguía temblando…

- Vaya, sois verdaderamente hermosa!- una voz masculina, procedente del fondo de la sala la asustó.

Dourada se levantó ligeramente intentando huir de la bañera desenmascarando el moldeado, jovencísimo y húmedo cuerpo.

- O no no!!!, no era mi propósito espantaros mi lady. Me ha conducido aquí el inocente  deseo  por ver a la doncella con la que compartiré techo, mesa e incluso apellido a partir del próximo destello…- se hizo una breve y tensa pausa- en la calle se parlotea sobre vuestra belleza, sólo quería comprobarlo en persona. No podía esperar toda una oscuridad…

La voz se convirtió en un cuerpo cincelado por la tenue albor que servían las velas repartidas por la sala.

- Las palabras no os hacen justicia, aunque no les culpo… como describir tanta belleza?

Parecía más joven de lo que ella esperaba <<es hermoso>>. Alto y proporcionado, atuendo informal pero lucido con una elegancia suprema. Pantalones de piel marrón claro ajustados y camisola blanca inmaculada. Su cabello dorado,  ni demasiado largo ni demasiado corto, proporcionaba  el aurea perfecta para un rostro celestial. Labios carnosos, ojos enormes del color de la oscuridad  <<si vuelve a sonreír desfalleceré aquí mismo…>>.

Se acercaba lentamente…

 Dourada se había quedado paralizada. Las gotas que se desprendían de sus cabellos recorrían juguetonas su cuerpo hasta despeñarse contra  el  agua de la bañera emitiendo una suave melodía acuática.

Se arrimó al límite de la bañera, estaba comprometidamente cerca.  Dory observó el evidente  bulto que sobresalía de la entrepierna de su futuro esposo <<está muy excitado>>. Sintió una punzada de ardor que le nacía en la boca del estómago y se desplazaba hasta su bajo vientre.

 Dory  percibió su fresco aliento cuando él le regaló un suave beso en la  mejilla, el tiempo se ralentizó... apostó la mano en la desnuda cadera  y la desplazó hacia el lateral rozándole el terso culo.

Ella sintió como se humedecía…

Ansió que la tomara allí mismo. Le entristeció que no lo hiciera pero se reconfortó pensando que la próxima oscuridad se poseerían.

El joven, se desprendió de ella lentamente, y se dirigió hacia el mismo lugar del que había aparecido.

Antes de abandonar la estancia, se volteó y le dedicó una última sonrisa. A Dourada le pareció un tanto afligido, pero no prestó demasiada atención a ese detalle… <<también está nervioso>>.

Esa noche no pudo pegar ojo. Por primera vez en su corta vida, puso los finos dedos  entre sus piernas y se dio placer. Lo hizo pensando en su futuro esposo. Repitió en dos ocasiones…

Junto con el primerísimo destello, Dory, se levantó del cómodo pero diminuto camastro. Abrió enérgicamente los portones de su ventana y descubrió como la lluvia  regaba los jardines que envolvían  el Castillo Dorado. Más allá de los muros, los viñedos predominaban en el precioso paisaje que rodeaba el castillo. No le importó que el cielo llorara, nada iba a angustiarla en ese, su día.

Permitió que la bañaran, peinaran, vistieran, pintaran y perfumaran sin oponer resistencia. Estaba radiante!

Su padre firmó una tregua con su atormentada conciencia cuando durante el desayuno encontró a su pequeña, para su grata sorpresa, enormemente animada. - No te preocupes papa, seré feliz, lo sé- le había dicho al tiempo que le atestaba un beso en el centro de la brillante calva.

Aguardaban frente la majestuosa puerta de acceso al lugar donde se iban a celebrar las nupcias. Dourada luchaba contra sus nervios por hacerse con el control de sí misma. A través del fino velo que le cubría el rostro, observó los grabados sobre el arqueado marco de madera. Representaban imágenes relacionadas con la vid, racimos de diversos tamaños en los laterales y variadas escenas relacionadas con la vendimia en la parte superior.

La puerta se abrió ante ella. <<sólo tengo que entrar, sonreír,  y cruzar al largo pasillo hasta llegar al lado de Sir Escudo. Cuando esté junto a él todo será más fácil…>>

Un unánime sonido de admiración se aunó a la melodía que entonaban  las diez harpas cuando Dourada se mostró ante los convidados. Estaba preciosa.

<<Sólo entra y sonríe, él te espera al otro lado del pasillo>>

Apenas cuatro pasos la separaban del altar nupcial. En el centro habían dispuesto dos sillas de respaldo alto tapizadas en color dorado y había flores por dondequiera que mirara.   Dory alzó la vista escudriñando en busca del rostro de su amado.<<ya está, sonríe sonríe…>>  Un caballero de la edad de su padre le tapaba la visión de su casi esposo.  Su enorme y redonda barriga era desproporcionada respecto sus piernecillas. El pelo parecía grasiento y estaba desacertadamente peinado hacia atrás. Su nariz era enorme. Se le asomaban restos de saliva en la comisura de los finos labios. <<sonríe Dory, ya casi estás pero… que hace este monstruo, porque me retira el velo…>>

Entonces,  lo comprendió. En  la primera fila, donde debía estar la familia de su casi esposo, estaba sentado él. Flamante, elegante y bellísimo. En ese momento elevó  la vista y la miró.  Sus ojos rebosaban tristeza y desespero... ella supo que también se había estado dando placer pensando en ella…

La ceremonia prosiguió. Para todos los allí presentes se casaba con Sir Rakio Escudo, pero ella imaginaba que se desposaba con su hijastro. Parecía hipnotizada…

Tiempo después no recordaría casi nada, sólo la sensación de las lagrimas que le habían recorrido  las mejillas durante toda la ceremonia…