Los gritos eran
ensordecedores, todas las estancias de la Torre Azul se inundaron con ese
sonido estremecedor, mezcla de chillidos, gimoteos y llantos. De vez en cuando
se alcanzaba a escuchar alguna expresión con sentido –Sacadlo ya!, o – Me muero!- Donde está mi
señor esposo?, - Dadme algo!.
- Por el fuego de
los volcanes! Parece que estén degollando a una marrana, así no hay quien se
concentre- había tapado el rostro de la hija pequeña de la cocinera con su
propia falda, la tenia tumbada sobre la mesa con su no estrenado sexo al
descubierto, deslizó su mano por la zona húmeda, pero no estaba húmeda, estaba
seca, tan seca que le costó introducir la punta de su dedo grosero. Sabía que
cuando estaba árido, el sexo era muy placentero. Estaba completamente desnudo.
Cuando quiso introducir su pene en el interior de la todavía niña, se dio cuenta que no alcanzaba. La escena se
volvió cómica durante unos instantes cuando se alzó sobre sus puntas intentando
elevarse hasta alcanzar la posición anatómica adecuada sin llegar a
conseguirlo- Diosas! Porque me hacéis esto? – agarró con fuerza las piernas a
su virgen y la estiró enérgicamente
allegándola hacia él. Ella gritó, la espalda le quedaba justo en el borde de la mesa y le dolía.
Cuando la tuvo a una altura acomodada la penetró como un animal salvaje en celo.
Ella berreó
descorazonadamente.
Los gritos
procedentes de la otra sala de la torre se habían tornado ya en una extraña
banda sonora de fondo- Sacadlo SACADLO!
Notó como le costaba
adentrarse, era una sensación de lo más placentera. De repente, advirtió como
la zona de contacto se humedecía, sacó su miembro lo miró y dijo - Felicidades,
ya eres una mujer! - La sangre hizo que la siguiente introducción fuera mucho
más fluida. Apenas había pasado un instante cuando su semilla se repartió en el
interior de la ahora ya mujer. Se quedó un rato inmóvil sin salir de ella, su
semblante era de éxtasis, labios ligeramente abiertos y húmedos por la saliva
que no había sabido o querido controlar. Ella lloraba. Él pensó que era natural
que estuviera conmocionada pues acababa de convertirse en mujer y eso siempre
las emocionaba...
Cuando percibió el
debilitamiento salió casi con la misma brusquedad e indiferencia con la que
había entrado, se giró y se dirigió con paso zigzagueante hacia la parte del
suelo donde yacían sus ropajes, los recogió de un zarpazo agachándose
torpemente. Los puso sobre el sitial tapizado en azul celeste y se acercó a la
palangana para refrescarse un poco.
Mientras sacudía
ambas manos mojadas a la vez, se aproximó hacia la mesa pequeña situada al
final de la estancia, justo bajo la
ventana. Cogió la copa de cobre en la que todavía quedaba algo del brebaje de
vino que había estado tomando mientras alguien le buscaba una virgen en cuanto
su esposa le apuntó vía berridos
descontrolados que estaba a punto de dar a luz. El parto se había adelantado
varios deutenios y no había escogido novicia
cuando repentinamente se iniciaron los acontecimientos.
Sorbió. Con la
calurosa sensación del brebaje viajando a través de su garganta, alzó la mirada
y oteó a través de la lumbrera.
Hacía un día
espléndido, el sol brillaba sobre el valle como una bola enorme de fuego, la
hierba reflejaba la luz del astro
convirtiendo su reflejo en una fuente de colores maravillosos en la que al agua
sube pero nunca llega a caer, parecía como si el mismísimo sol las volviera a
reclamar… se le antojó como algo mágico.
De repente, la
expresión de su semblante esbozó una especie de representación de la danza del
miedo, bajó la mirada hacia la mesita, rellenó la copa con el brebaje de vino
procedente de las mejores cosechas de los dos mundos y el bimundo, la suya.
Apuró de un trago todo el caldo. Cuando hubo acabado alzó la vista lentamente
hacia el cielo. Lo estudió exhaustivamente para cerciorarse que ella no estaba
allí. Suspiró, dejó la copa sobre la mesa y se dijo a sí mismo, - Tranquilo, no
hay águila, no hay águila…
Un leve susurro lo
apartó bruscamente de sus pensamientos- Todavía estás aquí?- se había olvidado
de ella por completo- Que esperas? Quieres más?, Lárgate!- la joven, que se
había quedado acurrucada llorando bajo la mesa que hacía unos instantes se
había convertido en lecho y testimonio de su "gran día" se levantó
con dificultad, caminó hasta la puerta y salió sin más.
- Señor, señor!- el
Mayordomo Mayor entró en la sala y se acercó hacia él jadeante. Su rostro estaba
completamente colorado, en la frente se intuían los remanentes de sudor medio
disipado.
- Dime Jacquel,
sólo uno verdad?- quiso aparentar absoluta impasibilidad hacia las posibles
respuestas pero un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
Jacquel continuaba
intentado recuperar el aliento forzando su respiración al máximo para
ello, - Sólo uno señor, un varón, otro
varón, está usted bajo la protección de las diosas mi señor!!- Se agachó hasta
posar sus manos en las rodillas. Sin duda se estaba haciendo mayor.
- Señor- Jadeó el
mayordomo sin poder incorporarse- Ha sangrado?
- Como un
manantial- ni siquiera giró la cabeza, continuaba mirando a través del
ventanal.
-Bien, eso revela
buena estrella – Jaquel dibujó una leve sonrisa con sus labios- Buena estrella
para el cuarto de vuestra saga, el Cuarto de la Saga Escudo.
- Si, el Cuarto de
la Saga Escudo- dijo el señor del Escudo mientras se giraba para mirar al viejo
mayordomo con expresión amarga- el nacimiento del cuarto.
- Si del Cuarto-
asintió Jacquel.
El señor del Escudo
se volvió y prosiguió con su minucioso estudio del cielo.
Jacquel se retiró
de la sala cabizbajo y en completo silencio. Casi con solemnidad.
Ambos permanecieron
pensativos. Ambos parecían apesadumbrados.
Ambos sabían que en
realidad ese había sido el NACIMIENTO DEL QUINTO.
Ya estamos deseando saber porqué ese cuarto en realidad es el quinto eh!!
ResponderEliminarMe gusta mucho! sigue contando por favor... a ratos me recuerda a Moby dick, o a todas esas crudas sagas medievales... pero parece que Sgroya es mas que eso! hablanos mas del quinto!
ResponderEliminarGracias Pablito!!
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