Con la celada del yelmo izada,
que dejaba entrever los pequeños y
separados ojos y la enorme nariz, con la armadura perfectamente calzada y su más elegante capa dorada brillante sujetada
en el cuello por un broche de metal ennegrecido simulando la silueta de un
escudo, insignia de su saga, se dispuso a liderar el grupo hacia Ciudad Perla.
La comitiva estaba formada por doscientos
soldados a caballo, cincuenta andantes que iban alternándose para empujar las
cinco carretas repletas de comida, ropa y otros enseres; también estaban los
cinco caballeros protectores de la Saga Escudo, todos ellos debidamente
uniformados con sus armaduras oscuras y sus capas de color dorado mate, y, evidentemente Sir Rakio, el Gran Señor de la Casa Escudo, una de las sagas
más importantes del Último Mundo.
Su Castillo Dorado se situaba en
la parte más al noreste de la región.
Varias eran las opciones lícitas
para llegar a la capital del Último Mundo que se emplazaba en el Sur, pero Rakio Escudo ya había acotado a dos las posibilidades.
Una alternativa era avanzar por
el Camino Central. Éste bordeaba las Montañas Azules sin llegar a adentrarse
nunca en ellas, simplemente era un sendero que se encontraba entre las faldas
de las montañas. Una ruta bastante segura. En las planicies entre monte y monte
se apostaban campamentos de soldados pertenecientes
a la Tropa Real. Su cometido consistía en asegurarse que los pasantes llegaran
a su destino sin contrariedades. Asimismo, los soldados tenían encomendada la recaudación del peaje que
correspondía pagar a los transeúntes.
La duda de qué camino tomar, para el primo del Rey, no residía en tener que
costear el tributo, ya que Sir Rakio estaba exento de la obligación de sufragar
el peaje por su condición de familiar de la realeza. Su vacilación estaba
basada en el hecho que para llegar desde sus tierras hasta Ciudad Perla debía
dar un gran rodeo si utilizaba esa vía.
La otra opción era más rápida,
pero también más imprevisible, y por tanto, peligrosa. Nunca antes había
recorrido esa ruta. Consistía en ir rebasando los Vergeles de Guía, un enorme bosque
que se extendía por todo el borde del Último Mundo, y se introducía varias
leguas hacia el Bimundo. Eran muchas
las historias que se relataban sobre los Vergeles de Guía y los extraños seres
que los habitaban. Se hablaba de personas que se adentraron en ellos y nunca más
aparecieron, o emergieron largo tiempo después con su cuerpo pero sin su alma,
otros aseguraban haberse encontrado cara a cara con los habitantes del Bimundo y se estremecían con sólo
rememorarlo.
El traslado de los habitantes del
Bimundo hasta la parte del bosque
perteneciente al Último Mundo y viceversa, estaba totalmente prohibido. Así se
especificaba en el Libro de los Preferentes. Impedir ese paso, o castigar
duramente a los que se atrevían a llevarlo a cabo, era misión de los ragolus, maestros del Bimundo, aunque a veces no era un
cometido fácil ni siquiera para ellos.
A tenor de los acontecimientos, Rakio
decidió anteponer la prisa por llegar a su destino a dejarse arrastrar por dudosas
historias de una panda de juglares y parleros. Su pretensión por llegar a
Ciudad Perla antes que el resto de la familia, inclinó a Rakio a escoger el
camino más corto.
No fallecía un Rey cada deutenio, y menos, el Rey del que uno
era el sucesor por derecho. Todavía no conocía las circunstancias bajo cuales había
muerto su único primo por parte de padre. El búho había llegado durante la oscuridad
portando el mensaje de la muerte súbita del Rey, sin más disquisición. Inmediatamente
ordenó a Jacquel que despertara
a sus consejeros para anunciarles que se encargaran de los preparativos para la
inminente marcha.
Partieron al chispeo del primer
rayo del nuevo deutenio. Rakio se
sentía invadido por innúmeros sentimientos, nervios, alegría, melancolía y
quizás también miedo, pero eso no le impidió montar en Cauto, su magnífico
caballo de color marrón oscuro e iniciar la marcha. No se giró para mirar hacia
los individuos que habían salido al gran patio a despedirle. Ni siquiera reparó
en su esposa, ni siquiera en ninguno de los tres hijos que allí permanecían a
la espera de esas palabras de un padre que abandona su hogar sin saber cuándo
regresará, no hubo gestos, ni guiños, no hubo nada. Todos permanecieron allí plantados
hasta ver desaparecer a su Señor, esposo y padre…
El periplo comenzó muy tranquilo.
Se dirigieron hacia el este, cruzaron el rio Temblante, que atravesaba todas sus tierras sesgadamente de noreste
a sudeste. Lo hicieron por la zona donde el cauce era menor durante esa época
de la campaña.
Cuando pasaban por alguna villa,
los aldeanos salían a recibirles y les colmaban con disparidad de objetos y alimentos, algunos les
brindaban incluso a sus esposas e hijas, pues era su Señor el que les honraba
con su paso y todo lo que ellos tenían, a él le pertenecía.
La oscuridad anterior a abandonar
sus dominios, Rakio y sus acólitos se
establecieron en la última aldea existente justo en la frontera entre las
tierras de la Casa Escudo y el inicio de los Vergeles de Guía, Aldea Esencia. Los esencianos
les gestaron un gran banquete a base de conejo asado con mezcla de especias y
almendras, frutas del tiempo azucaradas y sobretodo abundante brebaje de vino,
sabían que ese líquido, era el ingrediente exacto para que el convite fuera del
completo agrado de Sir Escudo. Y así
fue.
Al siguiente chispeo, con los estómagos
llenos y los genitales vacios, todos los
componentes de la comitiva evacuaron el lugar que habían utilizado como lecho.
Cuándo estuvo todo dispuesto se
encaminaron a cruzar los lindes.
- ¿Que pensáis hacer cuando arribemos
a Ciudad Perla ?- Bresol, se había situado a la derecha de su señor. Su mirada
estaba fija al frente.
- Querido Bresol, no es lo que yo
piense es lo que debo… es mi deber, mi cometido. Sospecho, querido amigo que
voy a tener que gobernar este mundo, y quien sabe, quizás también el otro.- La
sola idea le producía una sensación de deleite indescriptible.
Ambos continuaron trotando largo
tiempo, uno a la vera del otro sin cruzar más palabra.
De repente, se escuchó un fuerte
crujido proveniente de la retaguardia de la columna. El caos se esparció entre
los soldados vertiginosamente. Rakio se descubrió rodeado por sus cinco más leales,
entre ellos, por supuesto, se hallaba Bresol. Los cinco habían desenvainado sus
espadas y las mantenían en alto. Alguno de ellos, gritaba- no os separéis, no
os separéis!!!-.