soy sgroya


Apareceré repentinamente en la fría ruta de
los caminantes.
Soy quien te mereces que sea, soy la Dama de las Nieves, la Diosa del Volcán, soy el
pecado y la absolución, soy tu destino, soy tu venganza y tu rencor, soy la
feminidad. Soy… Sgroya!!!!


domingo, 21 de octubre de 2012

Cap. XII- Guerra entre Mundos


Afortunadamente sólo uno de los caballeros había sufrido el Mal del Cruzado. No se conocía cuales eran los criterios o motivos por los cuales algunas personas al traspasar el bimundo sufrían esa brusca dolencia.

Cuando Crammel los alcanzó dos deutenios después del desagradable suceso con los Krukhs, Russel todavía no mostraba ningún signo de haber sido corrompido.

Tras la tormenta oscura que perduró tres largos y difusos deutenios, volvieron a sufrir un acontecimiento similar al que los había introducido en el Bimundo hacia ya cuarenta deutenios; silencio sepulcral que los envolvió durante un instante, y cuando quisieron darse cuenta estaban cercados por un nutrido ejército de mujeres, aunque algunas de ellas parecían más hombres que dulces damiselas  a juzgar por el tamaño de sus espaldas y el grosor de sus piernas y brazos, así como por la cantidad de pelo que cubría sus muslos.

Alcanzaban a oír los bramidos que emitía Russel desde su celda situada en la Plaza Elevada, a pesar que ésta, se encontraba a una distancia de dos vías de donde ellos aguardaban, no sabían muy bien a quien o el qué…

Yara se aproximó brindándoles un cazo de agua fría, la temperatura sumaba grados deutenio a deutenio de una forma más que notable. Debía ingerirse líquido regularmente para evitar deshidratarse. La joven examinó, una vez más, a los prisioneros con mucha curiosidad, su piel era muy clara. Cuando, finalmente, se había acostumbrado a la presencia masculina en su vida cuotidiana, se daba cuenta que había hombres de diferentes colores. Estos eran muy pálidos, aunque el Sol les había proferido, a unos más que a otros, un color rojizo a sus mejillas.

Todos ellos habían perdido algo de peso desde su llegada a Ciudad Alegría, a pesar, que, durante su confinamiento en las estancias de la Casa Yocatao, habían sido muy bien atendidos. Se les procuró en todo momento abundante, variada y apetitosa comida, bebida fresca y posibilidad de asearse, aunque no utilizaron demasiado este último privilegio… Algunas de las habitantes de Ciudad Alegría habían escogido a los “pálidos”, como ellas les llamaban en tono de mofa, para ser inseminadas, tarea que todos ellos realizaron con sumo placer.

A través de las espesas cortinas colgadas desde el techo, asomaron dos jovencitas, una de ellas rechoncha  y con cara de campechana, abanderada en todo momento por una sonrisa con la que parecía encontrarse muy cómoda, y otra, menos rellenita, pero tampoco famélica, con una sonrisa dibujada en los labios también, aunque parecía más forzada que la de su acompañanta. Vestían un sencillo atuendo compuesto por la típica toga de la zona ligada sobre un hombro con un nudo simple, ambas de seda y de un suave color limonado. Bordeando sus cinturas, y por tanto, sus incipientes lorzas, destacaban varios cinturones de fino trenzado fabricados con hojas de palmera, el complemento de moda entre las jovencitas de las grandes ciudades del Primer Mundo. Retiraron los pesados cortinajes morados que separaban la estancia en la que se encontraban los tres desorientados caballeros, de la sala en la cual llevaban reunidas durante, no tenían muy claro cuánto porque ya habían perdido la noción del tiempo, todas las Señorías de las Grandes casas del Primer Mundo, así como las cuatro memei escogidas por las integrantes de la tribu de las Yutukarus en representación de todos sus poblados. Entre ellas se encontraba Zalack Li, la dulce memei del trityo del que provenía Yara.

Un esclavo, cuyas únicas vestiduras consistían en una especie de pañuelo de satén gris melancolía, que cubría la zona comprendida entre su bajo ombligo hasta justo por encima de las rodillas, y, otro trozo de tela, de igual color y textura situado alrededor del cuello, apareció a través del cortinaje. Se plantó en el centro de la sala y anunció con un tono de voz alto y claro:

- Alzaos ante la Gran Rakay! Mostradle vuestro respeto a la Suma Señoría!- y se retiró hacia un costado de la estancia.

Los tres cautivos se miraron entre ellos con incertidumbre y, tras vacilar un momento, se levantaron, parecía que eso era lo que se les pedía. Rakio sintió un potente mareo, seguido por una náusea. No llevaban grilletes pero los brebajes que les suministraban diariamente los mantenía tan aturdidos que no serían capaces, ni siquiera, de llegar hasta la puerta de salida sin que cualquier niña los pudiera alcanzar y hacer caer al suelo con un empujón. 

Acompañada por una fuerte fragancia a alguna hierba exótica, apareció, al fin, la Gran Rakai, de la que tanto habían oído hablar durante su estancia en Casa Yocatao.

Se trataba de una mujer de avanzada edad, y, exageradamente gorda. Comparecía asistida por dos de sus aprendices, una a cada flanco, sujetándola por los adiposos brazos, aun así, daba la impresión que en cualquier momento se caería… pero no lo hizo. La ayudaron a, más que a sentarse, a desplomarse sobre un ancho banco repleto de cojines de diversos tamaños y colores.

Los observó fijamente largo rato. Sus diminutos ojos, casi inexistentes, estaban vidriosos, parecía que en cualquier momento fuera a desasir una lagrimilla de ellos. Tenía grandes mofletes que le proferían un aspecto simpático. Llevaba el pelo recogido en un moño coniforme proyectado  hacia el costado derecho de su cabeza, justo por encima de la oreja. El otro costado, estaba adornado por diminutas, frescas y coloreadas, flores de cactus.

<< Joder! parece un puto unicornio con el cuerno descentrado>> en un acto reflejo, se le dibujó una maliciosa sonrisa en el rostro.

La Gran Rakay incrustó su mirada en Rakio. –Vaya, me entusiasma que estéis de tan buen humor, compartid con nosotros vuestra gracia, si os place.- Alzó ambos brazos como para indicar que la “gracia” llegara a todos los allí presentes.

Entre señorias, las memei, aprendices, esclavos y otros asistentes, Rakio pudo sentir las punzadas que le proferían las miradas de más de una treintena de personas…

- Pues veréis… - se dio cuenta de la metedura de pata, por suerte reaccionó con premura- me reía por la situación, hace… no se cuanto llevamos aquí, alrededor de treinta deutenios… - esperó.

- Treinta y dos para ser justos- la Señoria Yocatao, puntualizó  al tiempo que asentía levemente con la cabeza, como gesto de seguridad.

- Pues eso, treinta y dos deutenios bajo sus techos,  y cuarenta que anduvimos deambulando desde nuestra partida del Castillo Dorado, podría decir que llevamos unos setenta y tantos deutenios dando vueltas – hizo una leve pausa para tomar aire y recobrar el equilibrio, se sentía tan mareado que no era capaz de fijar la vista en nada ni nadie- teniendo en cuenta que mi destino en el momento de la partida era Ciudad Perla, dónde debería, a estas alturas ya, haber tomado posesión del trono del Último Mundo, que me pertenece por derecho… pues sí, me parece  burlesca la situación, estar aquí con vos y su maravillosa compañía, pero al fin y al cabo retenido contra mi voluntad,  en un lugar al que nunca había pensado ir…

La Gran Rakay lo observó con sus ojillos llorosos y sonrió – tenéis razón tiene su gracia-  miró al resto de los presentes como para ratificar lo saleroso del asunto….

Nadie más sonrió.

- En fin, así están las cosas – la rolliza mujer manifestó su mueca más seria y prosiguió muy lentamente como ella hablaba - en menos de veinte deutenios, tras la dulce y tranquila Campaña de Guia, se iniciará la Campaña de Entrambas, ya sabéis que en cuanto Luna aparezca por el horizonte, en fin, nada es predecible cuando ambas rondan por nuestro cielo… Hemos enviado varias Cruzantes a lo largo y extenso de vuestras tierras, pero todavía no han regresado, así que, no sabemos qué ha sucedido durante vuestra ausencia…

- Disculpad, Cruzantes? A qué os referís?- Sir Rakio no sabía el porqué pero intuía que la respuesta iba a sorprenderle.

- A si, Cruzantes, son nuestras… como decirlo- la Gran Rakay alzó la mirada hacia arribar como si esperara hallar la respuesta en el techo de su enorme palacete… - sí, son una especie de espías. Las enviamos periódicamente a explorar por el Bimundo y, por supuesto, por el Último Mundo. Nos mantienen informadas de los acontecimientos…

Rakio intentó simular que ese tema le era curioso pero indiferente, como aparentar que ya estaba al tanto de esa práctica, pero la tirantez en su rostro le delató. Nadie dijo nada más al respecto, pero todos los allí presentes pudieron detectar la sorpresa del caballero ante la aserción.

-Muy bien, vuestras espías están investigando que pasa en el Último Mundo- su tono pretendió sonar condescendiente- Queréis que os lo adelante yo mismo? – No esperó respuesta alguna- Deben estar buscándome, buscando al legítimo rey por todo el territorio, probablemente estén buscando en el Bimundo también e incluso puede que aquí! - miró de reojo mientras Yara negaba con la cabeza, pero continuó- mi hijo, mi primogénito me buscará sin cesar, inquirirá cada rincón de todos los mundos, no descansará hasta dar conmigo… - se esforzó mucho en creerse sus propias palabras.

- Claro que sí, seguro que todo el Último Mundo está buscándole, no lo dudo- la Gran Rakay sonrió pícaramente.

- Qué insinuáis con esa estúpida sonrisita?- Crammel que había permanecido al margen de la conversación en todo momento, no pudo contenerse- Qué os han dicho vuestras rameras fisgonas? O quizás han decidido quedarse allí en busca de algún buen nabo? Eh? Eh?!?- El caballero enloqueció en un soplo. Aulló todo tipo de blasfemias sobre lo putas que eran todas las allí presentes, y sus hijas, y sus madres, y todas sus parientas vivas y difuntas, intentó sacudir a cualquiera de los allí presentes, sin conseguirlo gracias a la rápida actuación de los esclavos que, en ese momento,  por allí hacían sus tareas.

Entre los ocho consiguieron reducirlo con gran esfuerzo. Una vez inmovilizado, de rodillas, Crammel levantó la cabeza, sus ojos habitualmente pardos, ahora eran verde esmeralda, por la comisura de sus labios brotaba una babilla amarillenta, por el rostro, distribuidas como afluentes de una gran rio que se entrecruzan entre ellos, las venas, más moradas que azules se habían inflamado aportando al caballero un aspecto terroríficamente desnaturalizado. El  cuello se había doblado en grosor y parecía que fuera a estallar en cualquier momento.

 Todo el mundo quedó paralizado ante el dantesco espectáculo. De repente, Crammel, o lo que quedaba de él, atestó un bocado a uno de los esclavos que lo mantenía apresado. El mordisco fue tal, que le arrancó un pedazo de carne del antebrazo. Ante eso, la victima soltó a su presa para cubrirse la herida, por donde brotaban latidos de sangre, con la otra mano. El resto de esclavos, inmovilizaron a Crammel con toda la brutalidad que les fue posible. Uno de ellos,  agarró a la fiera por la cabeza con ambas manos, y la golpeó contra el suelo repetidas veces.

Ellos eran siete, él sólo uno, pero hubo un instante en que parecía que iba a poder con todos.

Tras el momento de completo pánico coreado por el griterío que se había formado, en cuanto Crammel perdió el conocimiento y quedó tendido en el sueño, rodeado por una gran mancha de sangre procedente, en gran parte, del antebrazo del esclavo al que ya habían retirado de la sala, se instauró un aterrador silencio.

- Contagiado!- Tristo no podía asimilar- otro contagiado… se lanzó de rodillas al suelo,  se sentía consternado y mareado.

Sir Rakio no emitió ni un suspiro durante el espectáculo allí acontecido. Exactamente la misma reacción que había mostrado cuando Russel manifestó los mismos indicios, hacía ya, no sabía cuantos deutenios

- Llevadlo al brete con su amiguito!- la Gran Rakay había recuperado la compostura y, con ella, el habla - Que se devoren el uno al otro!

Dirigiéndose a los tres caballeros restantes, sentenció - Señores, dadas las circunstancias, no se me ocurre plan mejor que aguardar. Esperaremos el tiempo suficiente hasta asegurarnos que ninguno mas estáis infectados, a medida que se acerque la llegada de Luna, sucederán con más asiduidad este tipo de cosas. Si para cuando ella aparezca no mostráis ningún síntoma de infestación, sabremos con certeza no os habéis contagiado. Deseo que para entonces, mis ra-me-ras, ya habrán regresado, y conoceremos la realidad qué está pasando en el más allá del Bimundo.  Entre tanto,  maduraremos una estrategia.

- U u-na estrategia? Que queréis decir- Rakio se había perdido por completo.

- Los volcanes se funden, los humanos comienzan a contagiarse en demasía, los Krukhs, según contáis, osan emboscar a los caminantes del Bimundo, … vuestro Último Mundo, permanece sin Rey que lo gobierne… mis rastreadoras me comunican que hay dos Guardias Sgroyanos merodeando por el Primer Mundo,… en nuestras tierras el calor se torna insoportable, no sé cuál es la estrategia, pero tengo claro hacía dónde debemos dirigirnos.

<< Por las Diosas, está pensando lo que yo creo que piensa?>>- Tristo creyó entender a qué se refería la Gran Rakay, él mismo era un muy buen estratega << O ando muy despistado, o la Gran Foca Sebosa piensa trasladarse a tierras menos cálidas, o sea… no, no puede ser… eso es imposible ni siquiera pensarlo…  aunque… eso es justo lo que yo haría…>>.

Esa calurosa oscuridad, Tristo soñó con sangre, muerte, infectados,… esa oscuridad, el caballero,  la pasó luchando en una Guerra entre Mundos…

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cap. XI- las nuevas órdenes

A los habitantes de Ciudad Perla, todavía les parecía escuchar el  recalcitrante repicar de las campanas, plúmbea banda sonora  que les había acompañado durante los últimos cuarenta  interminables deutenios.

Finalmente se había dado por cumplido el Lapso del Pesar, infernal tortura durante la cual todo ciudadano, ciudadana, visitante, animal o cualquier otro ser vivo con sentido del oído  que se encontrara entre los muros de la ciudad en el momento del fallecimiento del Rey, había sido sometido obligatoriamente.

El Lapso del Pesar fue instaurado por el Rey Broto Remwell el Deleznable tras la muerte de su padre el Rey Wellzin Remwell . Cuando el Rey Pacífico, como se conocía a Wellzin, apodo designado por su propensión a eludir guerras o cualquier otro acto violento, murió, el pueblo, que al parecer tanto le amaba en vida, obvió el  hecho  que debían guardar un tiempo de luto por su monarca fallecido. Según se describía en el Libro de los Preferentes, los súbditos, huérfanos de soberano,  debían orar once veces durante los cuarenta deutenios consiguientes  a la extinción implorando a la Diosa Sgroya  que viniera a por el cuerpo del difunto  y se lo llevara al Lago de Áramar, dónde permanecían los grandes reyes rodeados por sus bellas hijas, las llamadas Diosas de los Volcanes, hasta el ansiado momento del “Regreso”.

De las peticiones de sus súbditos dependía el juicio de Sgroya.  Pues decía el Libro de los Preferentes, si un dirigente no adquiere la suficiente admiración, confianza o temor, para que su pueblo se obligue a orar por él durante la expiración, no es merecedor de surcar por las tibias aguas de Lago Áramar.

Tan calmoso resultó el mandato del Rey  Pacífico, que su estimado pueblo no le dedicó más de diez deutenios a sus oraciones…

Su único hijo y heredero, por pleno derecho sucesorio,  al Trono del  Último Mundo, el Rey Deleznable, en el momento del fallecimiento de su padre era un muchacho poco atractivo, de corta estatura, piernas torcidas, rostro infantil e inmaduro con demasía. Hizo apología, como, a partir de entonces sucedería en tantas otras ocasiones durante su, por fortuna, corto  mandato, de su desmesurada  inseguridad y miedo a … casi todo. Añadió pues algún matiz  a la llamada, en aquellos tiempos,  Esencia Jaculatoria. Durante los cuarenta deutenios posteriores al fallecimiento del Soberano, repicarían las campanas  de palacio, y, a su vez, las de las  cuatro Sedes Sagradas existentes en Ciudad Perla. Voltearían sin cesar, en la luz y la oscuridad, con lluvia o nieve, con tristeza o alegría, pero resonarían para recordad a cada habitante su obligación para con su recién monarca fallecido. Fue entonces cuando las Esencias Jaculatorias pasaron a denominarse el Lapso del Pesar.

Hubo momentos en los que Brikary pensaba que su razón se derramaba.  A pesar  que  su estancia privada, donde había compartido lecho con su estimado esposo la misma oscuridad que este falleció,   estaba bastante insonorizada, el dong de las campanas consiguió abordar los rincones más recónditos de su cabeza. Sentía unas punzadas terribles en las sienes.  Los últimos diez deutenios,  escoltada en todo momento por un irritante dolor de cabeza,  apenas salió del dormitorio. Ordenó que le entraran la poca comida que consumiría durante ese Lapso del Pesar de su Rey muerto. Las muchachas de las aguas, aparecían cada oscuridad para asistirla durante el baño, sólo cuando la Reyna lo indicaba venían acompañadas por una muchacha deleitosa para proporcionarle placer a Brikary durante el remojo. No escogía, le excitaba jugar a conjeturar cuál de ellas vendría, cada una con sus artes, todas ellas muy placenteras…

La última vez que se había ausentado de su espaciosa y confortable estancia  largo rato, fue durante una oscuridad y de manera oculta… Acaecía por aquel entonces la treinta tercera oscuridad  tras la extinción del Rey. La recién estrenada viuda, sigilosa y camuflada, de la misma forma como Guía se escondía tras las nubes hasta no poder ser vista, logró sortear a los guardias postrados ante las puertas de sus dependencias y demás vigilantes que, como las setas en un bosque húmedo, aparecían por cada rincón del enorme Palacio Real.

 Atravesó el extenso corredor exterior,  aumentando la velocidad cuando pasaba por los agujeros que dejaban los  grandes arcos que formaban el muro que rodeaba el circular Patio Central. Estaba iluminado por centenares de candiles, a su derecha uno colgado en cada pilar entre arco y arco, a su izquierda, otros tantos situados en el muro a la altura de lo que sería el centro de cada arcada. Estos últimos proveían una preciosa iluminación durante las oscuridades, al jardín y la zona de los santuarios situados en el Patio Central.

Prosiguió con paso ligero y decidido. Se dirigió a las cocinas, en el sótano. Todos los allí presentes, que no eran demasiados a esas horas,  la miraron atónitos, era la primera vez que la veían en esa estancia. Todos hombres, algunos de ellos estaban encendiendo los hornos y otros fregaban con desgana grandes ollas.

  A medida que  Brikary pasaba por delante de los sirvientes, éstos pausaban cualquier labor que estuvieran realizando para obsequiar a la Reyna con una leve reverencia. Ninguno la miró directamente a los ojos. Eso complació a la muchacha incluso más que las reverencias << una reverencia es un gesto de cortesía, en cambio unos ojos huidizos es señal de miedo o amor, pero en cualquier caso de respeto>>, cuantas veces le habría oído decir aquellas palabras a su padre.

No prestó demasiada atención a nada ni a nadie en particular, pasó decidida, con su acostumbrado  aire altivo. Cruzó toda la zona de las cocinas. Salió por la pequeña puerta de acceso para cocineros y sirvientes.

Ya  fuera, suspiró fuertemente como si le urgiera tomar gran cantidad de aire para poder respirar. Lo expulsó por la boca lentamente con los ojos cerrados. Cuando hubo recuperado el control se dirigió hacia los establos.

Durante un instante se sintió una intrusa en su propio hogar. Adelantaba con apresuramiento pero sin descuidar la cautela. No debía ser  vista por demasiada gente. La tensión le resultaba extrañamente agradable.  La posibilidad de que alguien pudiera  descubrirla se convirtió en un alentador estímulo.

Cuando llegó a las caballerizas se percató que el escuálido sirviente al que le había encomendado preparar su hermosa yegua, no le  había obedecido << haré que lo azoten hasta que pierda la conciencia, no, lo azotaré yo misma!!>>.

Una vez recuperada del sentimiento de contrariedad, al que no estaba nada acostumbrada, se volteó sobre sí misma, divisó el corroído tablero donde reposaban las sillas de montar. Pellizcó el vestido con ambas manos por los lados y se aproximó apresuradamente. Tras un rápido estudio localizó una silla que le sonaba haber utilizado en alguna que otra ocasión. La cogió con  gran esfuerzo << Por Sgroya, como pesa!>>. A tenor de la dificultad que prometía la operación, Brikary consiguió transportar la silla hasta dónde se encontraba Cantarina. Se percató que no tenía ni idea de ensillar un caballo. Alzó la vista hacia el animal. Durante un soplo le pareció que la  yegua la miraba con expresión lastimera.  La apresó una desagradable sensación de cautividad.

Derrotada por el fallido intento, cuando, totalmente vencida, se dispuso a  cruzar la misma puerta por la que había accedido a las cuadras hacía un rato, desde el fondo del local una voz sentenció:

- Todo el mundo debería ser capaz de ensillar su caballo… y todavía más si se trata de una reina.

Aun antes de darse la vuelta sabía que era Mikael quien hablaba. El valeroso Mikael. Sonrió, y se esforzó enormemente en dejar de hacerlo antes de girarse hacia él.

- Porque debería aprender a hacer algo cuando ya tengo quien lo haga para mi?- su cuerpo seguía en la cuadra, pero su mente ya había subido de un salto sobre Cantarina y cabalgaba sin rumbo…

El  Primero de la Guardia de los Caballeros se dirigió hacia donde estaba el animal, recogió la silla del suelo, dónde la había dejado Brikary tras el frustrado intento de colocarla sobre Cantarina.

- Pues veréis mi señora- dijo Mikael en un tono graciosamente serio sin dejar de colocar las bridas  a  la hermosa yegua negra de cabellera dorada – quizás para cuando queráis salir huyendo, por ejemplo…

- No estoy huyendo, simplemente me apetece dar un paseo… necesito salir de aquí… debéis comprenderme… yo…

Mikael prendió las riendas de Cantarina y se las cedió a Brikary que permanecía cabizbaja  y algo avergonzada por la situación.

- La esperamos mañana para el desayuno?- el Primero miró a la joven con severidad a los ojos. La pregunta pareció más una orden que una duda.

- Por supuesto!- dijo mirándolo directamente a los ojos al tiempo que recuperaba la usual seguridad que la caracterizaba. Dejó de ser la muchacha que en ocasiones se apoderaba de ella para volver a representar el papel de  la reina viuda.

Se acercó a la pequeña banqueta para ayudarse a subir sobre el bellísimo animal. Montó y salió al galope hacia el patio.

Mikael permaneció observándola  apoyado sobre el marco del maltrecho portón. Puso sus manos a ambos costados de  la boca, y gritó – Puertas, abrid las puertas!

Las puertas se abrieron al momento.

La Reina del Último Mundo, se detuvo un instante, si giró hacia el caballero y asintió en señal de agradecimiento. Sin más, salió del Palacio Real sobre Cantarina << Por fin libre!>>.

Cabalgó muy rápido, le apetecía sentir el aire acariciando su aceitunado rostro. Se adentró en el Bosque de las Flores. El bosque estaba repleto de Raflessias, una especie de flores, que lejos de parecerse al resto de sus hermanas pequeñas, delicadas y de preciosos colores e aromas, éstas pesaban como un infante de unas ocho campañas bien alimentado. Sus cinco pétalos eras carnosos y rugosos. Al pasar por el costado, emitían una especie de humillo de diferentes colores, precioso a la vista pero de un hedor insoportable. El olor era tal, que animales del tamaño de lobos, podían quedarse inmovilizados durante unos instantes atontados por el aroma.

Brikary adelantaba suficientemente veloz como para no percibir el olor que las gigantescas flores emitían en su honor. Un fantasmal camino de colores iba apareciendo a su paso formado por el rastro de polvos que las Raflessias desprendían, e iba desapareciendo a medida que la amazona y su corcel se alejaban.

Cuando estuvo más sosegada, aminoró la velocidad.

Había llegado a Lago Ardor.

Era un lugar aislado justo en el centro del Bosque de las Flores. El nombre provenía de la leyenda que explicaba que hubo un rey anterior a la creación de Guía que acudía a ese mismo lago a mitigar sus ansias de mujeres demasiado jóvenes. Decían que la pasión era tan fuerte que lo poseía y acababa estrangulando o golpeando hasta la muerte a sus forzadas amantes. En las profundidades del Lago Ardor reposaban los pequeños cuerpos abrumados. Recitaban los juglares, que sólo las féminas podían adentrarse en esas aguas. Si lo hacía un varón, las infantas almas atormentadas que por allí deambulaban, lo poseerían y lo torturarían hasta que enloqueciera completamente como desagravio por sus prematuras, injustas y dolorosas muertes…

Brikary desmontó a Cantarina. Caminaba lentamente al tiempo que fue deshaciéndose de la ropa que llevaba puesta hasta quedarse únicamente con una semitransparente camisola violeta que dejaba más que intuir su delgado cuerpo.

Cuando llegó al borde de Lago Ardor, no se detuvo. A medida que avanzaba el agua iba cubriéndole mas y mas, hasta llegarle a la altura de sus pequeños pechos.

La muchacha se apostó en posición horizontal, flotaba sobre un lecho de agua.

Entornó los ojos…

Notó como se le acercaban. Ella no se movió.

La cercaron. Ella seguía con los ojos cerrados.

Oía sus voces aniñadas pero fantasmales…

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te recibimos…

Quiso abrir los ojos, pero ya no pudo, quiso moverse, pero no lo logró. Su cuerpo dejó de pertenecerle. No le quedó más opción que escuchar lo que le decían.

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te hablamos… - no sabía diferenciar si le hablaba una voz, dos, o cientos…

- Vienes a vernos, vienes a vernos… ella llegará, y querrá ser tu… vienes a vernos… ella será lo que tú eres… vienes a vernos… los extraños seres llegaran… vienes a vernos…

Brikary se relajó completamente mientras recibía las nuevas órdenes.