soy sgroya


Apareceré repentinamente en la fría ruta de
los caminantes.
Soy quien te mereces que sea, soy la Dama de las Nieves, la Diosa del Volcán, soy el
pecado y la absolución, soy tu destino, soy tu venganza y tu rencor, soy la
feminidad. Soy… Sgroya!!!!


miércoles, 10 de octubre de 2012

Cap. XI- las nuevas órdenes

A los habitantes de Ciudad Perla, todavía les parecía escuchar el  recalcitrante repicar de las campanas, plúmbea banda sonora  que les había acompañado durante los últimos cuarenta  interminables deutenios.

Finalmente se había dado por cumplido el Lapso del Pesar, infernal tortura durante la cual todo ciudadano, ciudadana, visitante, animal o cualquier otro ser vivo con sentido del oído  que se encontrara entre los muros de la ciudad en el momento del fallecimiento del Rey, había sido sometido obligatoriamente.

El Lapso del Pesar fue instaurado por el Rey Broto Remwell el Deleznable tras la muerte de su padre el Rey Wellzin Remwell . Cuando el Rey Pacífico, como se conocía a Wellzin, apodo designado por su propensión a eludir guerras o cualquier otro acto violento, murió, el pueblo, que al parecer tanto le amaba en vida, obvió el  hecho  que debían guardar un tiempo de luto por su monarca fallecido. Según se describía en el Libro de los Preferentes, los súbditos, huérfanos de soberano,  debían orar once veces durante los cuarenta deutenios consiguientes  a la extinción implorando a la Diosa Sgroya  que viniera a por el cuerpo del difunto  y se lo llevara al Lago de Áramar, dónde permanecían los grandes reyes rodeados por sus bellas hijas, las llamadas Diosas de los Volcanes, hasta el ansiado momento del “Regreso”.

De las peticiones de sus súbditos dependía el juicio de Sgroya.  Pues decía el Libro de los Preferentes, si un dirigente no adquiere la suficiente admiración, confianza o temor, para que su pueblo se obligue a orar por él durante la expiración, no es merecedor de surcar por las tibias aguas de Lago Áramar.

Tan calmoso resultó el mandato del Rey  Pacífico, que su estimado pueblo no le dedicó más de diez deutenios a sus oraciones…

Su único hijo y heredero, por pleno derecho sucesorio,  al Trono del  Último Mundo, el Rey Deleznable, en el momento del fallecimiento de su padre era un muchacho poco atractivo, de corta estatura, piernas torcidas, rostro infantil e inmaduro con demasía. Hizo apología, como, a partir de entonces sucedería en tantas otras ocasiones durante su, por fortuna, corto  mandato, de su desmesurada  inseguridad y miedo a … casi todo. Añadió pues algún matiz  a la llamada, en aquellos tiempos,  Esencia Jaculatoria. Durante los cuarenta deutenios posteriores al fallecimiento del Soberano, repicarían las campanas  de palacio, y, a su vez, las de las  cuatro Sedes Sagradas existentes en Ciudad Perla. Voltearían sin cesar, en la luz y la oscuridad, con lluvia o nieve, con tristeza o alegría, pero resonarían para recordad a cada habitante su obligación para con su recién monarca fallecido. Fue entonces cuando las Esencias Jaculatorias pasaron a denominarse el Lapso del Pesar.

Hubo momentos en los que Brikary pensaba que su razón se derramaba.  A pesar  que  su estancia privada, donde había compartido lecho con su estimado esposo la misma oscuridad que este falleció,   estaba bastante insonorizada, el dong de las campanas consiguió abordar los rincones más recónditos de su cabeza. Sentía unas punzadas terribles en las sienes.  Los últimos diez deutenios,  escoltada en todo momento por un irritante dolor de cabeza,  apenas salió del dormitorio. Ordenó que le entraran la poca comida que consumiría durante ese Lapso del Pesar de su Rey muerto. Las muchachas de las aguas, aparecían cada oscuridad para asistirla durante el baño, sólo cuando la Reyna lo indicaba venían acompañadas por una muchacha deleitosa para proporcionarle placer a Brikary durante el remojo. No escogía, le excitaba jugar a conjeturar cuál de ellas vendría, cada una con sus artes, todas ellas muy placenteras…

La última vez que se había ausentado de su espaciosa y confortable estancia  largo rato, fue durante una oscuridad y de manera oculta… Acaecía por aquel entonces la treinta tercera oscuridad  tras la extinción del Rey. La recién estrenada viuda, sigilosa y camuflada, de la misma forma como Guía se escondía tras las nubes hasta no poder ser vista, logró sortear a los guardias postrados ante las puertas de sus dependencias y demás vigilantes que, como las setas en un bosque húmedo, aparecían por cada rincón del enorme Palacio Real.

 Atravesó el extenso corredor exterior,  aumentando la velocidad cuando pasaba por los agujeros que dejaban los  grandes arcos que formaban el muro que rodeaba el circular Patio Central. Estaba iluminado por centenares de candiles, a su derecha uno colgado en cada pilar entre arco y arco, a su izquierda, otros tantos situados en el muro a la altura de lo que sería el centro de cada arcada. Estos últimos proveían una preciosa iluminación durante las oscuridades, al jardín y la zona de los santuarios situados en el Patio Central.

Prosiguió con paso ligero y decidido. Se dirigió a las cocinas, en el sótano. Todos los allí presentes, que no eran demasiados a esas horas,  la miraron atónitos, era la primera vez que la veían en esa estancia. Todos hombres, algunos de ellos estaban encendiendo los hornos y otros fregaban con desgana grandes ollas.

  A medida que  Brikary pasaba por delante de los sirvientes, éstos pausaban cualquier labor que estuvieran realizando para obsequiar a la Reyna con una leve reverencia. Ninguno la miró directamente a los ojos. Eso complació a la muchacha incluso más que las reverencias << una reverencia es un gesto de cortesía, en cambio unos ojos huidizos es señal de miedo o amor, pero en cualquier caso de respeto>>, cuantas veces le habría oído decir aquellas palabras a su padre.

No prestó demasiada atención a nada ni a nadie en particular, pasó decidida, con su acostumbrado  aire altivo. Cruzó toda la zona de las cocinas. Salió por la pequeña puerta de acceso para cocineros y sirvientes.

Ya  fuera, suspiró fuertemente como si le urgiera tomar gran cantidad de aire para poder respirar. Lo expulsó por la boca lentamente con los ojos cerrados. Cuando hubo recuperado el control se dirigió hacia los establos.

Durante un instante se sintió una intrusa en su propio hogar. Adelantaba con apresuramiento pero sin descuidar la cautela. No debía ser  vista por demasiada gente. La tensión le resultaba extrañamente agradable.  La posibilidad de que alguien pudiera  descubrirla se convirtió en un alentador estímulo.

Cuando llegó a las caballerizas se percató que el escuálido sirviente al que le había encomendado preparar su hermosa yegua, no le  había obedecido << haré que lo azoten hasta que pierda la conciencia, no, lo azotaré yo misma!!>>.

Una vez recuperada del sentimiento de contrariedad, al que no estaba nada acostumbrada, se volteó sobre sí misma, divisó el corroído tablero donde reposaban las sillas de montar. Pellizcó el vestido con ambas manos por los lados y se aproximó apresuradamente. Tras un rápido estudio localizó una silla que le sonaba haber utilizado en alguna que otra ocasión. La cogió con  gran esfuerzo << Por Sgroya, como pesa!>>. A tenor de la dificultad que prometía la operación, Brikary consiguió transportar la silla hasta dónde se encontraba Cantarina. Se percató que no tenía ni idea de ensillar un caballo. Alzó la vista hacia el animal. Durante un soplo le pareció que la  yegua la miraba con expresión lastimera.  La apresó una desagradable sensación de cautividad.

Derrotada por el fallido intento, cuando, totalmente vencida, se dispuso a  cruzar la misma puerta por la que había accedido a las cuadras hacía un rato, desde el fondo del local una voz sentenció:

- Todo el mundo debería ser capaz de ensillar su caballo… y todavía más si se trata de una reina.

Aun antes de darse la vuelta sabía que era Mikael quien hablaba. El valeroso Mikael. Sonrió, y se esforzó enormemente en dejar de hacerlo antes de girarse hacia él.

- Porque debería aprender a hacer algo cuando ya tengo quien lo haga para mi?- su cuerpo seguía en la cuadra, pero su mente ya había subido de un salto sobre Cantarina y cabalgaba sin rumbo…

El  Primero de la Guardia de los Caballeros se dirigió hacia donde estaba el animal, recogió la silla del suelo, dónde la había dejado Brikary tras el frustrado intento de colocarla sobre Cantarina.

- Pues veréis mi señora- dijo Mikael en un tono graciosamente serio sin dejar de colocar las bridas  a  la hermosa yegua negra de cabellera dorada – quizás para cuando queráis salir huyendo, por ejemplo…

- No estoy huyendo, simplemente me apetece dar un paseo… necesito salir de aquí… debéis comprenderme… yo…

Mikael prendió las riendas de Cantarina y se las cedió a Brikary que permanecía cabizbaja  y algo avergonzada por la situación.

- La esperamos mañana para el desayuno?- el Primero miró a la joven con severidad a los ojos. La pregunta pareció más una orden que una duda.

- Por supuesto!- dijo mirándolo directamente a los ojos al tiempo que recuperaba la usual seguridad que la caracterizaba. Dejó de ser la muchacha que en ocasiones se apoderaba de ella para volver a representar el papel de  la reina viuda.

Se acercó a la pequeña banqueta para ayudarse a subir sobre el bellísimo animal. Montó y salió al galope hacia el patio.

Mikael permaneció observándola  apoyado sobre el marco del maltrecho portón. Puso sus manos a ambos costados de  la boca, y gritó – Puertas, abrid las puertas!

Las puertas se abrieron al momento.

La Reina del Último Mundo, se detuvo un instante, si giró hacia el caballero y asintió en señal de agradecimiento. Sin más, salió del Palacio Real sobre Cantarina << Por fin libre!>>.

Cabalgó muy rápido, le apetecía sentir el aire acariciando su aceitunado rostro. Se adentró en el Bosque de las Flores. El bosque estaba repleto de Raflessias, una especie de flores, que lejos de parecerse al resto de sus hermanas pequeñas, delicadas y de preciosos colores e aromas, éstas pesaban como un infante de unas ocho campañas bien alimentado. Sus cinco pétalos eras carnosos y rugosos. Al pasar por el costado, emitían una especie de humillo de diferentes colores, precioso a la vista pero de un hedor insoportable. El olor era tal, que animales del tamaño de lobos, podían quedarse inmovilizados durante unos instantes atontados por el aroma.

Brikary adelantaba suficientemente veloz como para no percibir el olor que las gigantescas flores emitían en su honor. Un fantasmal camino de colores iba apareciendo a su paso formado por el rastro de polvos que las Raflessias desprendían, e iba desapareciendo a medida que la amazona y su corcel se alejaban.

Cuando estuvo más sosegada, aminoró la velocidad.

Había llegado a Lago Ardor.

Era un lugar aislado justo en el centro del Bosque de las Flores. El nombre provenía de la leyenda que explicaba que hubo un rey anterior a la creación de Guía que acudía a ese mismo lago a mitigar sus ansias de mujeres demasiado jóvenes. Decían que la pasión era tan fuerte que lo poseía y acababa estrangulando o golpeando hasta la muerte a sus forzadas amantes. En las profundidades del Lago Ardor reposaban los pequeños cuerpos abrumados. Recitaban los juglares, que sólo las féminas podían adentrarse en esas aguas. Si lo hacía un varón, las infantas almas atormentadas que por allí deambulaban, lo poseerían y lo torturarían hasta que enloqueciera completamente como desagravio por sus prematuras, injustas y dolorosas muertes…

Brikary desmontó a Cantarina. Caminaba lentamente al tiempo que fue deshaciéndose de la ropa que llevaba puesta hasta quedarse únicamente con una semitransparente camisola violeta que dejaba más que intuir su delgado cuerpo.

Cuando llegó al borde de Lago Ardor, no se detuvo. A medida que avanzaba el agua iba cubriéndole mas y mas, hasta llegarle a la altura de sus pequeños pechos.

La muchacha se apostó en posición horizontal, flotaba sobre un lecho de agua.

Entornó los ojos…

Notó como se le acercaban. Ella no se movió.

La cercaron. Ella seguía con los ojos cerrados.

Oía sus voces aniñadas pero fantasmales…

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te recibimos…

Quiso abrir los ojos, pero ya no pudo, quiso moverse, pero no lo logró. Su cuerpo dejó de pertenecerle. No le quedó más opción que escuchar lo que le decían.

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te hablamos… - no sabía diferenciar si le hablaba una voz, dos, o cientos…

- Vienes a vernos, vienes a vernos… ella llegará, y querrá ser tu… vienes a vernos… ella será lo que tú eres… vienes a vernos… los extraños seres llegaran… vienes a vernos…

Brikary se relajó completamente mientras recibía las nuevas órdenes.

 

 

3 comentarios:

  1. Ya era hora! Un nuevo personaje, estoy realmente intrigado en ver hacia Donde se dirige todo esto. No nos hagas esperar tanto!
    Xavi

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    1. Gracias Xavi
      Prometo no tardar tanto en publicar el próximo, tienes razón.
      Un abrazo

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  2. ivan fernandez18 oct 2012, 6:38:00

    Buenísimooooo!!! Me encanta, quiero más!!!

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