soy sgroya


Apareceré repentinamente en la fría ruta de
los caminantes.
Soy quien te mereces que sea, soy la Dama de las Nieves, la Diosa del Volcán, soy el
pecado y la absolución, soy tu destino, soy tu venganza y tu rencor, soy la
feminidad. Soy… Sgroya!!!!


domingo, 21 de octubre de 2012

Cap. XII- Guerra entre Mundos


Afortunadamente sólo uno de los caballeros había sufrido el Mal del Cruzado. No se conocía cuales eran los criterios o motivos por los cuales algunas personas al traspasar el bimundo sufrían esa brusca dolencia.

Cuando Crammel los alcanzó dos deutenios después del desagradable suceso con los Krukhs, Russel todavía no mostraba ningún signo de haber sido corrompido.

Tras la tormenta oscura que perduró tres largos y difusos deutenios, volvieron a sufrir un acontecimiento similar al que los había introducido en el Bimundo hacia ya cuarenta deutenios; silencio sepulcral que los envolvió durante un instante, y cuando quisieron darse cuenta estaban cercados por un nutrido ejército de mujeres, aunque algunas de ellas parecían más hombres que dulces damiselas  a juzgar por el tamaño de sus espaldas y el grosor de sus piernas y brazos, así como por la cantidad de pelo que cubría sus muslos.

Alcanzaban a oír los bramidos que emitía Russel desde su celda situada en la Plaza Elevada, a pesar que ésta, se encontraba a una distancia de dos vías de donde ellos aguardaban, no sabían muy bien a quien o el qué…

Yara se aproximó brindándoles un cazo de agua fría, la temperatura sumaba grados deutenio a deutenio de una forma más que notable. Debía ingerirse líquido regularmente para evitar deshidratarse. La joven examinó, una vez más, a los prisioneros con mucha curiosidad, su piel era muy clara. Cuando, finalmente, se había acostumbrado a la presencia masculina en su vida cuotidiana, se daba cuenta que había hombres de diferentes colores. Estos eran muy pálidos, aunque el Sol les había proferido, a unos más que a otros, un color rojizo a sus mejillas.

Todos ellos habían perdido algo de peso desde su llegada a Ciudad Alegría, a pesar, que, durante su confinamiento en las estancias de la Casa Yocatao, habían sido muy bien atendidos. Se les procuró en todo momento abundante, variada y apetitosa comida, bebida fresca y posibilidad de asearse, aunque no utilizaron demasiado este último privilegio… Algunas de las habitantes de Ciudad Alegría habían escogido a los “pálidos”, como ellas les llamaban en tono de mofa, para ser inseminadas, tarea que todos ellos realizaron con sumo placer.

A través de las espesas cortinas colgadas desde el techo, asomaron dos jovencitas, una de ellas rechoncha  y con cara de campechana, abanderada en todo momento por una sonrisa con la que parecía encontrarse muy cómoda, y otra, menos rellenita, pero tampoco famélica, con una sonrisa dibujada en los labios también, aunque parecía más forzada que la de su acompañanta. Vestían un sencillo atuendo compuesto por la típica toga de la zona ligada sobre un hombro con un nudo simple, ambas de seda y de un suave color limonado. Bordeando sus cinturas, y por tanto, sus incipientes lorzas, destacaban varios cinturones de fino trenzado fabricados con hojas de palmera, el complemento de moda entre las jovencitas de las grandes ciudades del Primer Mundo. Retiraron los pesados cortinajes morados que separaban la estancia en la que se encontraban los tres desorientados caballeros, de la sala en la cual llevaban reunidas durante, no tenían muy claro cuánto porque ya habían perdido la noción del tiempo, todas las Señorías de las Grandes casas del Primer Mundo, así como las cuatro memei escogidas por las integrantes de la tribu de las Yutukarus en representación de todos sus poblados. Entre ellas se encontraba Zalack Li, la dulce memei del trityo del que provenía Yara.

Un esclavo, cuyas únicas vestiduras consistían en una especie de pañuelo de satén gris melancolía, que cubría la zona comprendida entre su bajo ombligo hasta justo por encima de las rodillas, y, otro trozo de tela, de igual color y textura situado alrededor del cuello, apareció a través del cortinaje. Se plantó en el centro de la sala y anunció con un tono de voz alto y claro:

- Alzaos ante la Gran Rakay! Mostradle vuestro respeto a la Suma Señoría!- y se retiró hacia un costado de la estancia.

Los tres cautivos se miraron entre ellos con incertidumbre y, tras vacilar un momento, se levantaron, parecía que eso era lo que se les pedía. Rakio sintió un potente mareo, seguido por una náusea. No llevaban grilletes pero los brebajes que les suministraban diariamente los mantenía tan aturdidos que no serían capaces, ni siquiera, de llegar hasta la puerta de salida sin que cualquier niña los pudiera alcanzar y hacer caer al suelo con un empujón. 

Acompañada por una fuerte fragancia a alguna hierba exótica, apareció, al fin, la Gran Rakai, de la que tanto habían oído hablar durante su estancia en Casa Yocatao.

Se trataba de una mujer de avanzada edad, y, exageradamente gorda. Comparecía asistida por dos de sus aprendices, una a cada flanco, sujetándola por los adiposos brazos, aun así, daba la impresión que en cualquier momento se caería… pero no lo hizo. La ayudaron a, más que a sentarse, a desplomarse sobre un ancho banco repleto de cojines de diversos tamaños y colores.

Los observó fijamente largo rato. Sus diminutos ojos, casi inexistentes, estaban vidriosos, parecía que en cualquier momento fuera a desasir una lagrimilla de ellos. Tenía grandes mofletes que le proferían un aspecto simpático. Llevaba el pelo recogido en un moño coniforme proyectado  hacia el costado derecho de su cabeza, justo por encima de la oreja. El otro costado, estaba adornado por diminutas, frescas y coloreadas, flores de cactus.

<< Joder! parece un puto unicornio con el cuerno descentrado>> en un acto reflejo, se le dibujó una maliciosa sonrisa en el rostro.

La Gran Rakay incrustó su mirada en Rakio. –Vaya, me entusiasma que estéis de tan buen humor, compartid con nosotros vuestra gracia, si os place.- Alzó ambos brazos como para indicar que la “gracia” llegara a todos los allí presentes.

Entre señorias, las memei, aprendices, esclavos y otros asistentes, Rakio pudo sentir las punzadas que le proferían las miradas de más de una treintena de personas…

- Pues veréis… - se dio cuenta de la metedura de pata, por suerte reaccionó con premura- me reía por la situación, hace… no se cuanto llevamos aquí, alrededor de treinta deutenios… - esperó.

- Treinta y dos para ser justos- la Señoria Yocatao, puntualizó  al tiempo que asentía levemente con la cabeza, como gesto de seguridad.

- Pues eso, treinta y dos deutenios bajo sus techos,  y cuarenta que anduvimos deambulando desde nuestra partida del Castillo Dorado, podría decir que llevamos unos setenta y tantos deutenios dando vueltas – hizo una leve pausa para tomar aire y recobrar el equilibrio, se sentía tan mareado que no era capaz de fijar la vista en nada ni nadie- teniendo en cuenta que mi destino en el momento de la partida era Ciudad Perla, dónde debería, a estas alturas ya, haber tomado posesión del trono del Último Mundo, que me pertenece por derecho… pues sí, me parece  burlesca la situación, estar aquí con vos y su maravillosa compañía, pero al fin y al cabo retenido contra mi voluntad,  en un lugar al que nunca había pensado ir…

La Gran Rakay lo observó con sus ojillos llorosos y sonrió – tenéis razón tiene su gracia-  miró al resto de los presentes como para ratificar lo saleroso del asunto….

Nadie más sonrió.

- En fin, así están las cosas – la rolliza mujer manifestó su mueca más seria y prosiguió muy lentamente como ella hablaba - en menos de veinte deutenios, tras la dulce y tranquila Campaña de Guia, se iniciará la Campaña de Entrambas, ya sabéis que en cuanto Luna aparezca por el horizonte, en fin, nada es predecible cuando ambas rondan por nuestro cielo… Hemos enviado varias Cruzantes a lo largo y extenso de vuestras tierras, pero todavía no han regresado, así que, no sabemos qué ha sucedido durante vuestra ausencia…

- Disculpad, Cruzantes? A qué os referís?- Sir Rakio no sabía el porqué pero intuía que la respuesta iba a sorprenderle.

- A si, Cruzantes, son nuestras… como decirlo- la Gran Rakay alzó la mirada hacia arribar como si esperara hallar la respuesta en el techo de su enorme palacete… - sí, son una especie de espías. Las enviamos periódicamente a explorar por el Bimundo y, por supuesto, por el Último Mundo. Nos mantienen informadas de los acontecimientos…

Rakio intentó simular que ese tema le era curioso pero indiferente, como aparentar que ya estaba al tanto de esa práctica, pero la tirantez en su rostro le delató. Nadie dijo nada más al respecto, pero todos los allí presentes pudieron detectar la sorpresa del caballero ante la aserción.

-Muy bien, vuestras espías están investigando que pasa en el Último Mundo- su tono pretendió sonar condescendiente- Queréis que os lo adelante yo mismo? – No esperó respuesta alguna- Deben estar buscándome, buscando al legítimo rey por todo el territorio, probablemente estén buscando en el Bimundo también e incluso puede que aquí! - miró de reojo mientras Yara negaba con la cabeza, pero continuó- mi hijo, mi primogénito me buscará sin cesar, inquirirá cada rincón de todos los mundos, no descansará hasta dar conmigo… - se esforzó mucho en creerse sus propias palabras.

- Claro que sí, seguro que todo el Último Mundo está buscándole, no lo dudo- la Gran Rakay sonrió pícaramente.

- Qué insinuáis con esa estúpida sonrisita?- Crammel que había permanecido al margen de la conversación en todo momento, no pudo contenerse- Qué os han dicho vuestras rameras fisgonas? O quizás han decidido quedarse allí en busca de algún buen nabo? Eh? Eh?!?- El caballero enloqueció en un soplo. Aulló todo tipo de blasfemias sobre lo putas que eran todas las allí presentes, y sus hijas, y sus madres, y todas sus parientas vivas y difuntas, intentó sacudir a cualquiera de los allí presentes, sin conseguirlo gracias a la rápida actuación de los esclavos que, en ese momento,  por allí hacían sus tareas.

Entre los ocho consiguieron reducirlo con gran esfuerzo. Una vez inmovilizado, de rodillas, Crammel levantó la cabeza, sus ojos habitualmente pardos, ahora eran verde esmeralda, por la comisura de sus labios brotaba una babilla amarillenta, por el rostro, distribuidas como afluentes de una gran rio que se entrecruzan entre ellos, las venas, más moradas que azules se habían inflamado aportando al caballero un aspecto terroríficamente desnaturalizado. El  cuello se había doblado en grosor y parecía que fuera a estallar en cualquier momento.

 Todo el mundo quedó paralizado ante el dantesco espectáculo. De repente, Crammel, o lo que quedaba de él, atestó un bocado a uno de los esclavos que lo mantenía apresado. El mordisco fue tal, que le arrancó un pedazo de carne del antebrazo. Ante eso, la victima soltó a su presa para cubrirse la herida, por donde brotaban latidos de sangre, con la otra mano. El resto de esclavos, inmovilizaron a Crammel con toda la brutalidad que les fue posible. Uno de ellos,  agarró a la fiera por la cabeza con ambas manos, y la golpeó contra el suelo repetidas veces.

Ellos eran siete, él sólo uno, pero hubo un instante en que parecía que iba a poder con todos.

Tras el momento de completo pánico coreado por el griterío que se había formado, en cuanto Crammel perdió el conocimiento y quedó tendido en el sueño, rodeado por una gran mancha de sangre procedente, en gran parte, del antebrazo del esclavo al que ya habían retirado de la sala, se instauró un aterrador silencio.

- Contagiado!- Tristo no podía asimilar- otro contagiado… se lanzó de rodillas al suelo,  se sentía consternado y mareado.

Sir Rakio no emitió ni un suspiro durante el espectáculo allí acontecido. Exactamente la misma reacción que había mostrado cuando Russel manifestó los mismos indicios, hacía ya, no sabía cuantos deutenios

- Llevadlo al brete con su amiguito!- la Gran Rakay había recuperado la compostura y, con ella, el habla - Que se devoren el uno al otro!

Dirigiéndose a los tres caballeros restantes, sentenció - Señores, dadas las circunstancias, no se me ocurre plan mejor que aguardar. Esperaremos el tiempo suficiente hasta asegurarnos que ninguno mas estáis infectados, a medida que se acerque la llegada de Luna, sucederán con más asiduidad este tipo de cosas. Si para cuando ella aparezca no mostráis ningún síntoma de infestación, sabremos con certeza no os habéis contagiado. Deseo que para entonces, mis ra-me-ras, ya habrán regresado, y conoceremos la realidad qué está pasando en el más allá del Bimundo.  Entre tanto,  maduraremos una estrategia.

- U u-na estrategia? Que queréis decir- Rakio se había perdido por completo.

- Los volcanes se funden, los humanos comienzan a contagiarse en demasía, los Krukhs, según contáis, osan emboscar a los caminantes del Bimundo, … vuestro Último Mundo, permanece sin Rey que lo gobierne… mis rastreadoras me comunican que hay dos Guardias Sgroyanos merodeando por el Primer Mundo,… en nuestras tierras el calor se torna insoportable, no sé cuál es la estrategia, pero tengo claro hacía dónde debemos dirigirnos.

<< Por las Diosas, está pensando lo que yo creo que piensa?>>- Tristo creyó entender a qué se refería la Gran Rakay, él mismo era un muy buen estratega << O ando muy despistado, o la Gran Foca Sebosa piensa trasladarse a tierras menos cálidas, o sea… no, no puede ser… eso es imposible ni siquiera pensarlo…  aunque… eso es justo lo que yo haría…>>.

Esa calurosa oscuridad, Tristo soñó con sangre, muerte, infectados,… esa oscuridad, el caballero,  la pasó luchando en una Guerra entre Mundos…

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cap. XI- las nuevas órdenes

A los habitantes de Ciudad Perla, todavía les parecía escuchar el  recalcitrante repicar de las campanas, plúmbea banda sonora  que les había acompañado durante los últimos cuarenta  interminables deutenios.

Finalmente se había dado por cumplido el Lapso del Pesar, infernal tortura durante la cual todo ciudadano, ciudadana, visitante, animal o cualquier otro ser vivo con sentido del oído  que se encontrara entre los muros de la ciudad en el momento del fallecimiento del Rey, había sido sometido obligatoriamente.

El Lapso del Pesar fue instaurado por el Rey Broto Remwell el Deleznable tras la muerte de su padre el Rey Wellzin Remwell . Cuando el Rey Pacífico, como se conocía a Wellzin, apodo designado por su propensión a eludir guerras o cualquier otro acto violento, murió, el pueblo, que al parecer tanto le amaba en vida, obvió el  hecho  que debían guardar un tiempo de luto por su monarca fallecido. Según se describía en el Libro de los Preferentes, los súbditos, huérfanos de soberano,  debían orar once veces durante los cuarenta deutenios consiguientes  a la extinción implorando a la Diosa Sgroya  que viniera a por el cuerpo del difunto  y se lo llevara al Lago de Áramar, dónde permanecían los grandes reyes rodeados por sus bellas hijas, las llamadas Diosas de los Volcanes, hasta el ansiado momento del “Regreso”.

De las peticiones de sus súbditos dependía el juicio de Sgroya.  Pues decía el Libro de los Preferentes, si un dirigente no adquiere la suficiente admiración, confianza o temor, para que su pueblo se obligue a orar por él durante la expiración, no es merecedor de surcar por las tibias aguas de Lago Áramar.

Tan calmoso resultó el mandato del Rey  Pacífico, que su estimado pueblo no le dedicó más de diez deutenios a sus oraciones…

Su único hijo y heredero, por pleno derecho sucesorio,  al Trono del  Último Mundo, el Rey Deleznable, en el momento del fallecimiento de su padre era un muchacho poco atractivo, de corta estatura, piernas torcidas, rostro infantil e inmaduro con demasía. Hizo apología, como, a partir de entonces sucedería en tantas otras ocasiones durante su, por fortuna, corto  mandato, de su desmesurada  inseguridad y miedo a … casi todo. Añadió pues algún matiz  a la llamada, en aquellos tiempos,  Esencia Jaculatoria. Durante los cuarenta deutenios posteriores al fallecimiento del Soberano, repicarían las campanas  de palacio, y, a su vez, las de las  cuatro Sedes Sagradas existentes en Ciudad Perla. Voltearían sin cesar, en la luz y la oscuridad, con lluvia o nieve, con tristeza o alegría, pero resonarían para recordad a cada habitante su obligación para con su recién monarca fallecido. Fue entonces cuando las Esencias Jaculatorias pasaron a denominarse el Lapso del Pesar.

Hubo momentos en los que Brikary pensaba que su razón se derramaba.  A pesar  que  su estancia privada, donde había compartido lecho con su estimado esposo la misma oscuridad que este falleció,   estaba bastante insonorizada, el dong de las campanas consiguió abordar los rincones más recónditos de su cabeza. Sentía unas punzadas terribles en las sienes.  Los últimos diez deutenios,  escoltada en todo momento por un irritante dolor de cabeza,  apenas salió del dormitorio. Ordenó que le entraran la poca comida que consumiría durante ese Lapso del Pesar de su Rey muerto. Las muchachas de las aguas, aparecían cada oscuridad para asistirla durante el baño, sólo cuando la Reyna lo indicaba venían acompañadas por una muchacha deleitosa para proporcionarle placer a Brikary durante el remojo. No escogía, le excitaba jugar a conjeturar cuál de ellas vendría, cada una con sus artes, todas ellas muy placenteras…

La última vez que se había ausentado de su espaciosa y confortable estancia  largo rato, fue durante una oscuridad y de manera oculta… Acaecía por aquel entonces la treinta tercera oscuridad  tras la extinción del Rey. La recién estrenada viuda, sigilosa y camuflada, de la misma forma como Guía se escondía tras las nubes hasta no poder ser vista, logró sortear a los guardias postrados ante las puertas de sus dependencias y demás vigilantes que, como las setas en un bosque húmedo, aparecían por cada rincón del enorme Palacio Real.

 Atravesó el extenso corredor exterior,  aumentando la velocidad cuando pasaba por los agujeros que dejaban los  grandes arcos que formaban el muro que rodeaba el circular Patio Central. Estaba iluminado por centenares de candiles, a su derecha uno colgado en cada pilar entre arco y arco, a su izquierda, otros tantos situados en el muro a la altura de lo que sería el centro de cada arcada. Estos últimos proveían una preciosa iluminación durante las oscuridades, al jardín y la zona de los santuarios situados en el Patio Central.

Prosiguió con paso ligero y decidido. Se dirigió a las cocinas, en el sótano. Todos los allí presentes, que no eran demasiados a esas horas,  la miraron atónitos, era la primera vez que la veían en esa estancia. Todos hombres, algunos de ellos estaban encendiendo los hornos y otros fregaban con desgana grandes ollas.

  A medida que  Brikary pasaba por delante de los sirvientes, éstos pausaban cualquier labor que estuvieran realizando para obsequiar a la Reyna con una leve reverencia. Ninguno la miró directamente a los ojos. Eso complació a la muchacha incluso más que las reverencias << una reverencia es un gesto de cortesía, en cambio unos ojos huidizos es señal de miedo o amor, pero en cualquier caso de respeto>>, cuantas veces le habría oído decir aquellas palabras a su padre.

No prestó demasiada atención a nada ni a nadie en particular, pasó decidida, con su acostumbrado  aire altivo. Cruzó toda la zona de las cocinas. Salió por la pequeña puerta de acceso para cocineros y sirvientes.

Ya  fuera, suspiró fuertemente como si le urgiera tomar gran cantidad de aire para poder respirar. Lo expulsó por la boca lentamente con los ojos cerrados. Cuando hubo recuperado el control se dirigió hacia los establos.

Durante un instante se sintió una intrusa en su propio hogar. Adelantaba con apresuramiento pero sin descuidar la cautela. No debía ser  vista por demasiada gente. La tensión le resultaba extrañamente agradable.  La posibilidad de que alguien pudiera  descubrirla se convirtió en un alentador estímulo.

Cuando llegó a las caballerizas se percató que el escuálido sirviente al que le había encomendado preparar su hermosa yegua, no le  había obedecido << haré que lo azoten hasta que pierda la conciencia, no, lo azotaré yo misma!!>>.

Una vez recuperada del sentimiento de contrariedad, al que no estaba nada acostumbrada, se volteó sobre sí misma, divisó el corroído tablero donde reposaban las sillas de montar. Pellizcó el vestido con ambas manos por los lados y se aproximó apresuradamente. Tras un rápido estudio localizó una silla que le sonaba haber utilizado en alguna que otra ocasión. La cogió con  gran esfuerzo << Por Sgroya, como pesa!>>. A tenor de la dificultad que prometía la operación, Brikary consiguió transportar la silla hasta dónde se encontraba Cantarina. Se percató que no tenía ni idea de ensillar un caballo. Alzó la vista hacia el animal. Durante un soplo le pareció que la  yegua la miraba con expresión lastimera.  La apresó una desagradable sensación de cautividad.

Derrotada por el fallido intento, cuando, totalmente vencida, se dispuso a  cruzar la misma puerta por la que había accedido a las cuadras hacía un rato, desde el fondo del local una voz sentenció:

- Todo el mundo debería ser capaz de ensillar su caballo… y todavía más si se trata de una reina.

Aun antes de darse la vuelta sabía que era Mikael quien hablaba. El valeroso Mikael. Sonrió, y se esforzó enormemente en dejar de hacerlo antes de girarse hacia él.

- Porque debería aprender a hacer algo cuando ya tengo quien lo haga para mi?- su cuerpo seguía en la cuadra, pero su mente ya había subido de un salto sobre Cantarina y cabalgaba sin rumbo…

El  Primero de la Guardia de los Caballeros se dirigió hacia donde estaba el animal, recogió la silla del suelo, dónde la había dejado Brikary tras el frustrado intento de colocarla sobre Cantarina.

- Pues veréis mi señora- dijo Mikael en un tono graciosamente serio sin dejar de colocar las bridas  a  la hermosa yegua negra de cabellera dorada – quizás para cuando queráis salir huyendo, por ejemplo…

- No estoy huyendo, simplemente me apetece dar un paseo… necesito salir de aquí… debéis comprenderme… yo…

Mikael prendió las riendas de Cantarina y se las cedió a Brikary que permanecía cabizbaja  y algo avergonzada por la situación.

- La esperamos mañana para el desayuno?- el Primero miró a la joven con severidad a los ojos. La pregunta pareció más una orden que una duda.

- Por supuesto!- dijo mirándolo directamente a los ojos al tiempo que recuperaba la usual seguridad que la caracterizaba. Dejó de ser la muchacha que en ocasiones se apoderaba de ella para volver a representar el papel de  la reina viuda.

Se acercó a la pequeña banqueta para ayudarse a subir sobre el bellísimo animal. Montó y salió al galope hacia el patio.

Mikael permaneció observándola  apoyado sobre el marco del maltrecho portón. Puso sus manos a ambos costados de  la boca, y gritó – Puertas, abrid las puertas!

Las puertas se abrieron al momento.

La Reina del Último Mundo, se detuvo un instante, si giró hacia el caballero y asintió en señal de agradecimiento. Sin más, salió del Palacio Real sobre Cantarina << Por fin libre!>>.

Cabalgó muy rápido, le apetecía sentir el aire acariciando su aceitunado rostro. Se adentró en el Bosque de las Flores. El bosque estaba repleto de Raflessias, una especie de flores, que lejos de parecerse al resto de sus hermanas pequeñas, delicadas y de preciosos colores e aromas, éstas pesaban como un infante de unas ocho campañas bien alimentado. Sus cinco pétalos eras carnosos y rugosos. Al pasar por el costado, emitían una especie de humillo de diferentes colores, precioso a la vista pero de un hedor insoportable. El olor era tal, que animales del tamaño de lobos, podían quedarse inmovilizados durante unos instantes atontados por el aroma.

Brikary adelantaba suficientemente veloz como para no percibir el olor que las gigantescas flores emitían en su honor. Un fantasmal camino de colores iba apareciendo a su paso formado por el rastro de polvos que las Raflessias desprendían, e iba desapareciendo a medida que la amazona y su corcel se alejaban.

Cuando estuvo más sosegada, aminoró la velocidad.

Había llegado a Lago Ardor.

Era un lugar aislado justo en el centro del Bosque de las Flores. El nombre provenía de la leyenda que explicaba que hubo un rey anterior a la creación de Guía que acudía a ese mismo lago a mitigar sus ansias de mujeres demasiado jóvenes. Decían que la pasión era tan fuerte que lo poseía y acababa estrangulando o golpeando hasta la muerte a sus forzadas amantes. En las profundidades del Lago Ardor reposaban los pequeños cuerpos abrumados. Recitaban los juglares, que sólo las féminas podían adentrarse en esas aguas. Si lo hacía un varón, las infantas almas atormentadas que por allí deambulaban, lo poseerían y lo torturarían hasta que enloqueciera completamente como desagravio por sus prematuras, injustas y dolorosas muertes…

Brikary desmontó a Cantarina. Caminaba lentamente al tiempo que fue deshaciéndose de la ropa que llevaba puesta hasta quedarse únicamente con una semitransparente camisola violeta que dejaba más que intuir su delgado cuerpo.

Cuando llegó al borde de Lago Ardor, no se detuvo. A medida que avanzaba el agua iba cubriéndole mas y mas, hasta llegarle a la altura de sus pequeños pechos.

La muchacha se apostó en posición horizontal, flotaba sobre un lecho de agua.

Entornó los ojos…

Notó como se le acercaban. Ella no se movió.

La cercaron. Ella seguía con los ojos cerrados.

Oía sus voces aniñadas pero fantasmales…

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te recibimos…

Quiso abrir los ojos, pero ya no pudo, quiso moverse, pero no lo logró. Su cuerpo dejó de pertenecerle. No le quedó más opción que escuchar lo que le decían.

- Vienes a vernos, vienes a vernos, y nosotras te hablamos… - no sabía diferenciar si le hablaba una voz, dos, o cientos…

- Vienes a vernos, vienes a vernos… ella llegará, y querrá ser tu… vienes a vernos… ella será lo que tú eres… vienes a vernos… los extraños seres llegaran… vienes a vernos…

Brikary se relajó completamente mientras recibía las nuevas órdenes.

 

 

martes, 24 de julio de 2012

Cap. X- no habrá marcha atrás

El Fortín de Laya fue el lugar escogido para reposar en esa ya inminente oscuridad. La luz del sol había ido desvaneciéndose dejando paso a un tenebroso escenario de vegetación muy variada que parecía cobrar vida a medida que los rayos solares iban esfumándose. Llevaban todo un deutenio cabalgando y sus músculos comenzaban a entumecerse.

Las posadas en esa zona del Bimundo acostumbraban a ser completamente fortificadas, de ahí que se las llamara fortines. Los posaderos debían proteger a su clientela de los imprevisibles peligros que merodeaban por esos lugares, así como de las inclemencias del caprichoso tiempo.

Los Guardias Sgroyanos gozaban del privilegio de ser atendidos gratuitamente en cualquier fortín que escogieran para sus pausas, de hecho era un honor para cualquier hospedero que los Guardias optaran por su negocio para retomar fuerzas.

El escolta acomodado en una de las dos torres, situadas junto al portón de entrada a la pequeña fortaleza,  se apresuró en vociferar a los hombres que se encontraban en una garita situada en la parte inferior para que abrieran la pesada puerta.  Kurd y Leo saludaron alzando la mano y realizando un suave gesto con la cabeza, y se adentraron hacia el patio interior.

Dos mozos de las cuadras se apresuraron en acercarse hasta ellos para prender los caballos.

- Nosotros nos ocuparemos de ellos Señores, tendrán aseo, buen follaje para pastar y limpia paja donde yacer- dijo el mozo más bajo y delgado de los dos allí presentes.

- Muy bien!- dijo Kurd haciendo una caricia en forma de golpecitos en el lomo de su Veloz.

Leo giró sobre sí mismo hasta localizar la puerta de acceso al interior del enorme edificio. Estaba construido con piedras procedentes del Desierto Cruel. Este desierto,  emplazado al Norte del Bimundo tenía como particularidad, se decía que debido a la cercanía con la Zona de los Volcanes, que la arena había solidificado formándose enormes roquedos de color arenisco.

El resultado era una edificación que parecía esculpida directamente sobre una montaña. Las ambarinas piedras proporcionaban una agradable sensación de serenidad.

Leo empujó, no sin dificultad, la recia puerta de madera de tejo que daba al interior del fortín. A pesar de no ser muy alto, poseía una buena musculatura. De niño había sido extremadamente delgado, pero al llegar su sesenta campaña aproximadamente, el cuerpo del pequeño Leo sufrió  una serie de cambios espectaculares.  En apenas cuatro campañas  estaba irreconocible. Pasó de ser un muchacho escuálido a convertirse en un varón fuerte y atractivo. Doncellas que le habían ignorado antaño, suplicaban por sus atenciones ahora. Era rudamente atractivo y lo sabía.

El portón conectaba directamente con una espaciosa cantina. Todos los presentes enmudecieron en el momento que se abrió la puerta. Decenas de miradas curiosas y desconfiadas estudiaron durante un largo instante a los dos muchachos. El juglar había dejado de raspar las cuerdas de su desvencijado salterio. Las servidoras permanecieron  inmóviles en el lugar justo que se encontraban cuando se abrió la puerta. Una de ellas tuvo que dejar reposar sobre una mesa la enorme bandeja que llevaba con un cochinillo asado rodeado por frutas del bosque caramelizadas  cuando le fallaron las fuerzas de los macilentos brazos,  .

Leo, se dirigió hacia la barra decidido. Kurd le seguía de cerca mientras observaba a los que le rodeaban con cierta escama << qué le pasa a esta gente?>>.

- Donde está el dueño del fortín?- se dirigió al esquelético anciano postrado tras la barra.

- Ante vos señores, sed bienvenidos al Fortín de Laya.- alzando ligeramente el tono de voz dedicado al resto de comensales añadió- Qué os pasa? Nunca habéis visto Guardias Sgroyanos?, Seguid con vuestros asuntos, son bienvenidos aquí!

Comieron del exquisito cochinillo que había de menú esa oscuridad, bebieron gran cantidad de lo que pretendía ser brebaje de vino. Compartieron mesa con agricultores, herreros e incluso maestres de la zona. Participaron de las risas y las anécdotas.

Estaba siendo una velada realmente agradable.

Ya se habían retirado la mayoría de los asistentes, cuando Kurd fijó la vista en la anciana sentada en el fondo de la cantina. No recordaba haberla visto en toda la oscuridad. Estaba sola en una mesa y bebía sorbitos de algún tipo se líquido color púrpura << debe ser jugo de ciruela>>.

Mientras navegaba absorto entre sus pensamientos en torno a la bebida de la anciana, se percató que ésta había fijado la mirada en él, o eso parecía,  sus ojos apenas dejaban advertir una rayita de su amarilla esclera y un punto negro en lo que tenía que ser su pupila e iris.

La anciana alzó la mano derecha repentinamente y con el dedo índice le hizo un gesto negativo. << No qué? Qué le pasa a esa vieja?>>. Kurd  desvió su atención hacia Leo que estaba llenándose la boca con los deliciosos pastelitos de miel y azúcar y cantando a su vez una canción mal pronunciando las palabras y disparando trozos del dulce en todas direcciones, provocando enormes risotadas entre las tres doncellas, de dudosa procedencia,  que allí estaban esperando para poder llevárselo al lecho.

Cuando quiso volver a fijarse en la solitaria anciana, ésta ya no estaba << es extraño, ha tenido que pasar por delante nuestro para abandonar la cantina… no me he percatado de su salida>>.

Leo no durmió demasiado esa oscuridad y lo poco que cabeceó no lo hizo solo.  Kurd descansó plácidamente.

Los mismos mozos encargados de las cuadras que se habían llevado sus monturas el deutenio anterior les aproximaron los caballos.

Mientras Leo se despedía de sus “amigas” junto a la puerta del fortín y las colmaba de promesas de esas que no pensaba cumplir, Kurd sujetaba ambas riendas  y sonreía observando el disfrute del que estaba gozando su casi hermano.

El contacto de una mano posándose en su espalda le pilló desprevenido. Hizo un pequeño salto hacia adelante. Cuando se dio la vuelta, descubrió a la extraña anciana que le había estado haciendo señas durante oscuridad anterior en la cantina.

Sintió un escalofrío que le recorría la espalda ascendentemente hasta convertirse en un cosquilleo en la parte trasera de la cabeza.

- Que queréis?- el tono de Kurd sonó más agresivo de lo que él pretendía.

Le pareció más pequeña y también más horripilante que en la oscuridad anterior. <<La fealdad luce en su máximo esplendor a la luz del sol>>.

- Vivís una mentira- su voz era débil y áspera- esquivad las falsas señales o lo lamentaréis. …- la anciana le miraba fijamente a los ojos como si creyera que así parecería más convincente.

- Que decís “señora”? – Kurd estaba tan  estupefacto que no sabía cómo actuar. Todavía le perduraba el cosquilleo del escalofrío.

Por un momento le pareció reconocerla << dónde te he visto antes?... >>

- Si os asaltan las  dudas o el miedo, buscadme mi señor. Yo estaré ahí. Sólo buscadme! << Porque tendría que buscaros? Dais más miedo que cualquier otro monstruo…>>

Las enajenadas palabras de la anciana empezaban a inquietar en demasía a Kurd.

- Cuando el fuego se sofoque, las estrellas comiencen a  comprimirse, los mundos se paralicen… buscadme Kurd. Hacedlo o no habrá marcha atrás…




viernes, 6 de julio de 2012

Cap. IX- toda la ceremonia


A pesar de lo débil que se sentía tras el reciente parto, Lady Escudo se vio obligada a desplazarse a Ciudad Esmeralda cuando recibió la noticia de la misteriosa desaparición de su esposo.

La jovencísima Dourada,  viajaba con su lozano bebé  al que todavía amamantaba, escoltada por  varios caballeros de la casa Escudo, capitaneados por el primogénito de su esposo, Zhak Escudo. Con cuarenta y cuatro campañas transcurridas desde el día de su primer llanto, Zhak, era algo mayor que su madrastra.

Trataban de reproducir fielmente el mismo itinerario que había pretendido seguir Rakio bordeando los Vergeles de Guía.

Pasaron una oscuridad en Villa Esencia, de igual manera como lo había hecho el esposo y padre perdido.

Preguntaron en todas y cada una de las villas por las que pasaban, interrogaban a cualquier caminante que se cruzara en su camino, indagaban en las posadas, investigaban en los burdeles … No  obtuvieron ni una pista, ni una palabra alentadora. Nadie parecía saber nada.

Al parecer, los habitantes de Villa Esencia, habían sido los últimos en ver a Sir Rakio y sus más de doscientos cincuenta acompañantes…

Dourada viajaba en un carro cubierto por cortinas de tela color azul oscuro que la protegían de miradas indiscretas así como de los ardientes rayos de sol,  tiraban de él cuatro fornidos caballos.  Retiró con la mano el cortinaje e indicó con amabilidad al caballero que avanzaba junto al  carruaje que se adelantara hasta la vanguardia  de la comitiva y notificara a Zhak  su deseo de parlamentar con él.

Zhak tardó casi medio deutenio en atender  la llamada de Lady Escudo.

 - Me agradaría visitar Templo Llanto- Dourada, con el pecho derecho al descubierto, estaba amamantando al bebé cuando Zhak se adentró en el carro.

El joven observó la tierna escena durante unos instantes. Sus ojos emitían un brillo de ternura, o tal vez de excitación…

- Como deseéis mi señora- respondió el muchacho tras un prolongado silencio. – Me parece adecuado hacer un alto en el camino y orar  por mi padre y el resto de amigos perdidos.

Dourada asintió mientras acariciaba la cabecita de su hijo con delicadeza. No alzó la mirada ni un solo instante. Zhak abandonó el carro de un salto, y con su innata agilidad montó en su corcel, con las dos  riendas a la misma altura, golpeó con decisión la pierna derecha sobre la parte trasera del caballo y éste corrió velozmente hasta recuperar su posición como capitán a la cabeza de la comitiva.

En Templo Llanto residían los insólitos monjes del Orden del Fervor,  una agrupación antiquísima  cuya principal misión residía en  mediar entre el Señor del Cristal, al que adoraban fanáticamente y los habitantes del Último Mundo.  No era la religión mayoritaria, pero se decía que los monjes proyectaban poderosos hechizos cuando rezaban a su Dios.

Dos deutenios después de la escueta conversación en el interior del carro, Dourada y Zhak no habían vuelto a cruzar palabra. Su comunicación se limitó al envio de escuetos mensajes a través de los cabalgantes de confianza de ambos jóvenes, pero ese deutenio, cuando empezaba a oscurecer, el heredero de Rakio Escudo se aproximó al carruaje y vociferó - Mirad señora!, asomaos y podréis vislumbrar el templo. El paisaje es impresionante! Queréis que os retire el cortinaje para que podáis admirarlo mientras nos acercamos?

Dourada, que había asomado la cabeza de entre las cortinas para contemplar el monumento, dijo  tímidamente - Gracias, sois muy gentil – y  le ofreció una sonrisa al muchacho. Su sonrisa era preciosa. Cuando sus labios sonreían, también lo hacían sus ojos y le aparecían dos graciosos hoyuelos en el centro de sus rosadas mejillas. Su sonrisa podía iluminar en plena oscuridad como lo hacían las estrellas. Por desgracia, Dory últimamente no alumbraba muy a menudo.

Su idílica infancia se había visto quebrada cuando su padre, comprometió, muy a su pesar, a su pequeña Dory con Sir Rakio Escudo. Para el futuro esposo se trataba de la tercera y joven esposa, otra más, pero para ella, ese compromiso esfumó la posibilidad de cumplir su sueño de desposarse con un valiente y atractivo caballero que la cuidara, respetara y amara para el resto de su vida. Su padre trató de explicarle lo que suponía rechazar la oferta de matrimonio de Sir Escudo- Si se enoja, querida hija, podría retirarnos la protección, y tú ya sabes qué significa eso verdad?... – trataba de convencerla de algo que él mismo detestaba. Lo consiguió, Dourada accedió a casarse como un acto de valentía hacia los suyos, pero amenazó a su padre con la promesa de que llegaría a ser la mujer más triste y desolada de todos los mundos. Ninguno de los dos había sido capaz de conciliar un buen sueño desde entontes…

Llegaron al Castillo Dorado a falta de un deutenio de la ceremonia que la iba a unir para siempre con Rakio Escudo.  Dory estaba aterrorizada. Su padre le envió  un juglar para que amenizara la espera de la joven, que como marcaba la tradición estaba confinada en sus aposentos hasta el momento del matrimonio. Anhelaba que su hijita se relajara y finalizaran los temblores que la habían poseído.  Llevaba tres deutenios íntegros con pequeñas y continuadas convulsiones.

Heredó las damas de compañía de la anterior y recién difunta segunda señora Rakio, Helteren Rakio. Habían dispuesto un baño de agua caliente para purificar a la futura nueva esposa. La fragancia de las flores e hierbas aromáticas que condimentaban el agua, invadió cada rincón de la estancia. Emanaba el vapor del calor que se escapaba… <<yo también escaparía…>>. Un sinfín de velas encendidas dispuestas alrededor de la bañera, la trasladaron durante un instante al Lago Exaltado, donde, durante las oscuridades sin Guia y sin Luna, los peces rayo se iluminaban y chapoteaban incesablemente dejando destellos de luz a su paso. Había pasado tantos ratos observándolos junto a su madre... le pareció que había pasado una eternidad desde aquello. Los temblores la asaltaron de nuevo…

-  Dejadme sola- les dijo Dourada- tenía ganas de… morirse. Sumergió la cabeza en la enorme bañera con la intención de no sacarla jamás, pero cuando se quedó sin oxígeno, salió a por más instintivamente.

Jadeó un largo rato… seguía temblando…

- Vaya, sois verdaderamente hermosa!- una voz masculina, procedente del fondo de la sala la asustó.

Dourada se levantó ligeramente intentando huir de la bañera desenmascarando el moldeado, jovencísimo y húmedo cuerpo.

- O no no!!!, no era mi propósito espantaros mi lady. Me ha conducido aquí el inocente  deseo  por ver a la doncella con la que compartiré techo, mesa e incluso apellido a partir del próximo destello…- se hizo una breve y tensa pausa- en la calle se parlotea sobre vuestra belleza, sólo quería comprobarlo en persona. No podía esperar toda una oscuridad…

La voz se convirtió en un cuerpo cincelado por la tenue albor que servían las velas repartidas por la sala.

- Las palabras no os hacen justicia, aunque no les culpo… como describir tanta belleza?

Parecía más joven de lo que ella esperaba <<es hermoso>>. Alto y proporcionado, atuendo informal pero lucido con una elegancia suprema. Pantalones de piel marrón claro ajustados y camisola blanca inmaculada. Su cabello dorado,  ni demasiado largo ni demasiado corto, proporcionaba  el aurea perfecta para un rostro celestial. Labios carnosos, ojos enormes del color de la oscuridad  <<si vuelve a sonreír desfalleceré aquí mismo…>>.

Se acercaba lentamente…

 Dourada se había quedado paralizada. Las gotas que se desprendían de sus cabellos recorrían juguetonas su cuerpo hasta despeñarse contra  el  agua de la bañera emitiendo una suave melodía acuática.

Se arrimó al límite de la bañera, estaba comprometidamente cerca.  Dory observó el evidente  bulto que sobresalía de la entrepierna de su futuro esposo <<está muy excitado>>. Sintió una punzada de ardor que le nacía en la boca del estómago y se desplazaba hasta su bajo vientre.

 Dory  percibió su fresco aliento cuando él le regaló un suave beso en la  mejilla, el tiempo se ralentizó... apostó la mano en la desnuda cadera  y la desplazó hacia el lateral rozándole el terso culo.

Ella sintió como se humedecía…

Ansió que la tomara allí mismo. Le entristeció que no lo hiciera pero se reconfortó pensando que la próxima oscuridad se poseerían.

El joven, se desprendió de ella lentamente, y se dirigió hacia el mismo lugar del que había aparecido.

Antes de abandonar la estancia, se volteó y le dedicó una última sonrisa. A Dourada le pareció un tanto afligido, pero no prestó demasiada atención a ese detalle… <<también está nervioso>>.

Esa noche no pudo pegar ojo. Por primera vez en su corta vida, puso los finos dedos  entre sus piernas y se dio placer. Lo hizo pensando en su futuro esposo. Repitió en dos ocasiones…

Junto con el primerísimo destello, Dory, se levantó del cómodo pero diminuto camastro. Abrió enérgicamente los portones de su ventana y descubrió como la lluvia  regaba los jardines que envolvían  el Castillo Dorado. Más allá de los muros, los viñedos predominaban en el precioso paisaje que rodeaba el castillo. No le importó que el cielo llorara, nada iba a angustiarla en ese, su día.

Permitió que la bañaran, peinaran, vistieran, pintaran y perfumaran sin oponer resistencia. Estaba radiante!

Su padre firmó una tregua con su atormentada conciencia cuando durante el desayuno encontró a su pequeña, para su grata sorpresa, enormemente animada. - No te preocupes papa, seré feliz, lo sé- le había dicho al tiempo que le atestaba un beso en el centro de la brillante calva.

Aguardaban frente la majestuosa puerta de acceso al lugar donde se iban a celebrar las nupcias. Dourada luchaba contra sus nervios por hacerse con el control de sí misma. A través del fino velo que le cubría el rostro, observó los grabados sobre el arqueado marco de madera. Representaban imágenes relacionadas con la vid, racimos de diversos tamaños en los laterales y variadas escenas relacionadas con la vendimia en la parte superior.

La puerta se abrió ante ella. <<sólo tengo que entrar, sonreír,  y cruzar al largo pasillo hasta llegar al lado de Sir Escudo. Cuando esté junto a él todo será más fácil…>>

Un unánime sonido de admiración se aunó a la melodía que entonaban  las diez harpas cuando Dourada se mostró ante los convidados. Estaba preciosa.

<<Sólo entra y sonríe, él te espera al otro lado del pasillo>>

Apenas cuatro pasos la separaban del altar nupcial. En el centro habían dispuesto dos sillas de respaldo alto tapizadas en color dorado y había flores por dondequiera que mirara.   Dory alzó la vista escudriñando en busca del rostro de su amado.<<ya está, sonríe sonríe…>>  Un caballero de la edad de su padre le tapaba la visión de su casi esposo.  Su enorme y redonda barriga era desproporcionada respecto sus piernecillas. El pelo parecía grasiento y estaba desacertadamente peinado hacia atrás. Su nariz era enorme. Se le asomaban restos de saliva en la comisura de los finos labios. <<sonríe Dory, ya casi estás pero… que hace este monstruo, porque me retira el velo…>>

Entonces,  lo comprendió. En  la primera fila, donde debía estar la familia de su casi esposo, estaba sentado él. Flamante, elegante y bellísimo. En ese momento elevó  la vista y la miró.  Sus ojos rebosaban tristeza y desespero... ella supo que también se había estado dando placer pensando en ella…

La ceremonia prosiguió. Para todos los allí presentes se casaba con Sir Rakio Escudo, pero ella imaginaba que se desposaba con su hijastro. Parecía hipnotizada…

Tiempo después no recordaría casi nada, sólo la sensación de las lagrimas que le habían recorrido  las mejillas durante toda la ceremonia…

viernes, 22 de junio de 2012

Cap. VIII- las que fueran


No había finalizado el cuarto deutenio de su Prueba de Vida cuando, los por entonces todavía skrynos, habían sido localizados por el Gran Búho Blanco. El mensaje del Preferente radiaba un inquietante tono de apuro. Leo y Kurd iniciaron inmediatamente el viaje de regreso para comparecer en el Castillo de la Protección tal como indicaba el mensaje.

Entre los presentes al Rito de la Magneficiencia, ceremonia celebrada tradicionalmente tras veintiocho deutenios del regreso de los scrynos de su Prueba de Vida, que  los convertiría definitivamente en soldados de la Guardia de los Volcanes, se encontraba el Caballero Frenético. Mote ocurrencia del gracioso Lesyo, el joven scryno encargado de las cuadras. En realidad nadie conocía el nombre ni tampoco la procedencia del misterioso caballero. La capucha, prolongación de la ajada capa que llevaba colocada sobre el resto de su atuendo, cubría casi la totalidad de su castigado rostro. Desprendía un extraño halo, una  inescrutable mezcla entre lo misterioso y lo siniestro. Contaba, en las pocas ocasiones que decidía hablar,  que había perdido su faz junto con la mayoría de sus antiguas creencias. Nadie sabía el significado de sus palabras, pero tampoco se exponían a preguntar. Sus cicatrices,  todavía estaban madurando.

El Caballero Frenético no perdió de vista a Leo.

La ceremonia se inició con la llamada Ofrenda de los Caminados. Los futuros Guardias debían despojarse de todos sus enseres,  las armas que habían ido agenciándose a lo largo de su camino como skrynos, ropajes, presentes recibidos… todo lo material debía ser arrojado a la hoguera que siempre ardía, situada en el patio central del Castillo de la Protección. El porqué se mantenían encendidas perpetuamente las llamas de la hoguera, afirmaba no saber responderlo ni el mismísimo Lord Preferente.

– Recordad!- les había dicho el Preceptor de Narkydia, antiguo arte del dominio de la energía procedente de la Naturaleza- Hay cosas que es mejor no saber, es suficiente con conocer cómo, cuándo  y para qué usarlas...

Una vez despojados de todos sus efectos personales, de acuerdo con el rito, debían hacerlo también de los inmateriales. Era momento pues, de frotar a los Iniciantes  con ramos de hierbas y bañarlos en leche de grujulua.

Las hierbas contenían la virtud de atraer sustancias polutas. Los criterios para seleccionarlas eran varios, pero destacaba el que fueran aromáticas, de ese modo introducirían su fragancia bienhechora al interior del ceremonidado, a la par que expurgaban el mal. El ramo lo confeccionaban con siete especies distintas de hierbas adheridas entre sí con masa de maíz. Tradicionalmente se usaban el romero, el huele de noche, el paraíso, la escobilla, Angélica, espinas de cactus Regius, y hojas de Sauces Mortales. Para purificar el ramo, se ahumaba en los Volcanes.

 El baño en la leche  se consideraba una manera de limpiarse de los posibles espectros que podían ocasionar malestar.

Tras la Ofrenda de los Caminados, se proseguía con el Espejo del Aliento. Mientras los ragolus murmuraban variadas oraciones en la lengua materna de las Diosas, se agasajaba a los scrynos con el Broche de los Tres Minerales, expresaban estos el orden y equilibrio entre las dimensiones y sus portadores. Era además, la insignia de los Soldados Sgroyanos

Una vez finalizada la larga ceremonia, ataviados con los flamantes uniformes de soldados de la Guardia de los Volcanes, camisola y pantalones blancos inmaculados y capa rojo fuego recogida en el centro del pecho por el Broche de los Tres Minerales,  los amigos, visiblemente emocionados se dirigieron a atender la llamada del Preferente.

Les recibió sentado en su silla, justo en el extremo de la mesa ovalada situada en el centro de la Sala en Llamas. La del Preferente, era la única silla diferente de las que rodeaban la mesa. El respaldo era significativamente más alto que el de las demás. Cuando Kurd y Leo se hubieron acercado a la mesa ovalada, el Preferente realizó un sutil  gesto indicándoles que tomaran asiento.

- Soldados de la Guardia de los Volcanes!, Soldados Sgroyanos!, bebed conmigo hijos-  El mayordomo Vigyl les sirvió brebaje del mejor  vino que se conocía, procedente de las cosechas de la Saga Escudo del Último Mundo. Ambos sorbieron un poco de caldo y dejaron la copa sobre la mesa casi al unísono.

 – Habréis notado que hace varios deutenios los volcanes se manifiestan algo agitados…  Las mismísimas Mangalas han solicitado nuestra asistencia. No se conoce con exactitud que está sucediendo, ni qué acontecimientos nos sobrevienen.- Se levantó costosamente, empezaban a pesarle sus casi cuatrocientas campañas desde el día de su primer llanto. Se dirigió hacia el gran lienzo suspendido en la pared central, en él se representaba la zona de los volcanes en absoluta calma. Era precioso, los colores, los trazos…  Absorto en la observación del exquisito mural, con ambas manos entrelazadas en la parte baja de su espalda realizó un largo suspiro y añadió. –Lleváis cuarenta campañas estudiando, ensayando en la lucha, experimentando con  el tiempo, hermanándoos con la naturaleza,… conocéis curas, magias, …  habéis superado la Prueba de Vida. Ha llegado el momento  que salgáis a cumplir con vuestro cometido, aquel por el que fuisteis concebidos.

- Dónde debemos dirigirnos Lord Preferente?- Kurd ansiaba comenzar con su nueva vida como Soldado Sgroyano…